7/11/2008

Espejo de la mediocridad

Aquí estoy, parado sobre mi infancia, combinando mi presente y azarosos recuerdos melancólicos difusos de aquellos tiempos lejanos. Mis oídos curiosos e infantiles atentos al dialogo de dos figuras disputantes que hablan del misterio, del pasaje a la cueva llena de secretos y fantasías, escondida aquella por hermosas pero respetables olas, que revientan sobre una rocosa costa con la furia extrema; obra cuya causa es miedo a lo indescubierto, la advertencia al hundimiento en la cueva sin fronteras, donde vivía un hombre solitario. En la cueva de lo subconsciente, en sus más misteriosas profundidades vivía él, el inalcanzable. Esa mística cordillera que separaba el fondo de esta cueva oscura con la iluminada playa donde moraba él, un lugar que reflejaba mi infancia, donde empezó mi viaje. No recuerdo mis pretensiones ni qué es lo que me incitaba, quizá el anhelo de encuentro con este carismático personaje de humor indiferente al cual me sentía un tanto identificado. A través del túnel se contemplaba la luz del inevitable desafío, una amenaza atemorizante frente a los ojos de un simple niño. Pero… ya no lo era, había un deseo acompañado de carácter, preparado ya estaba para enfrentar lo inesperado. No adulto, no niño, solo un ser acompañado de sí mismo. No había más remedio que cruzar el árido desierto que nos separaba de Él, el inalcanzable ser fragmento infinito de mi alma y de todo lo que me rodea. Los guardianes del paraíso, pacientes y dedicados combaten con bombas y misiles fácilmente eludibles, aún así, la batalla no estaba ahí, si no que aquí, dentro de la auto-traición, una batalla inganable. El intento del niño en convertirse en adulto y pararse cara a cara con el omnipresente espejo de la realidad intrínseca de su propia naturaleza será frustrado por aquella carroza que nos transportará a la cárcel del juez, la cárcel del perseguidor paranoide, personaje con cuchillo en mano y cuyos ojos fijados en la muerte. Fantasma es lo que quiero ser, un fantasma absoluto; y me escondo, escondo mi ego, mi esencia en un lugar seguro, pero mis sentidos se ven privados: es el sacrificio de la seguridad frente a la muerte. No puedo soportar el infinito escape del torturador cuya paranoia lo domina desde sus raíces. ¡no hay salida! no hay sentido. Lo siguiente es subir la escalera del destino que se exhibe en un vaso, curioso vaso contenedor de la única respuesta al eterno sufrimiento, veneno venerable. Un fantasma quiero ser, un ser perdido entre la muerte y la vida, observador intocable y eterno contemplador de la verdad no afectada por su propia sobrevivencia. Esos segundos antes de la muerte son inolvidables. Compartido aquel momento con compañeros de infancia esperando ese inevitable último respiro anhelado por el sufrimiento.
Envenenada alma grita lo que continuamente se privó de gritar; envenenada alma se revela y nos habla con lágrimas y arrepentimiento, nos señala esa verdad trascendente. Sí, la trascendencia del plano de la locura, la dimensión desconocida que sólo se descubre una vez ya muerto. El ser inalcanzable es solo un espejo generado por la ilusión de mediocridad. Siempre fuiste el dueño de la experiencia, nunca lo supiste hasta que ha llegado el momento, donde la muerte desaparece y los ojos se vuelven perlas brillantes que gritan asombro.
Aquel ser morador de la cordillera en lo más profundo de la cueva se convierte en mí y yo en él, somos uno, dueños ambos de la experiencia en su totalidad. Puedo traspasar cualquier muralla, caminar entre mis orígenes; mis manos ahora con alcance eterno y el exquisito valor del vuelo, de la conciencia máxima e impenetrable. Soy dueño de mi experiencia al darme cuenta de que toda verdad es sólo una parte de la mentira, que la cordillera era un espejo del pequeño buscador que no le teme a la perdida de sí mismo en un mar furioso y rocas incaminables.

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