8/11/2008

Ortigas y Rosas

No puedo ver la humanidad en un ser amarillo, cuyo brillo es más que su propia voluntad. Mis ojos encandilados por espejos piratas que de manera furiosa arrojan luz sobre mi camino, lamentablemente no para guiarme sino para borrarlo de mis sentidos y descuidadamente con cierta ingenuidad lúgubre descarrilarme de aquel preciado sendero alguna vez tan sereno que termina donde empezó. Es un camino peligroso, un campo minado, pero es el único para un ser que fallo ver la humanidad en sí.
Aquel otro, tan lejano y tan cercano, vive y florece en mí. Ortigas y rosas llenan el campo en el que mi alma mora desde el inicio de los tiempos. Aquél ser que ha de ser mi compañero en mi inagotable locura de delirios llega a mis brazos como un desperdició, una maleza a la cual hay que rechazar, negar, mandar al sol de la noche donde nunca más se le verá. Pero está intrínseco a mi humanidad, el reconocer al otro como yo y al yo como al otro. El intento contradictorio hace que, a este ser misterioso, se le desprenda de la realidad mientras una parte de mí logra escapar con él. Cada ser, cada vida que cruza por mi nostálgico sendero captura un pedazo, una fracción de mi ser y cuando éste sigue su propio camino consigo lleva mi alma, consigo lleva mi salud y mi carácter. Más y más camino y más y más seres me hacen compañía, no me importa para qué. Son, solo son y lo que es, soy. Descarrilado de mi camino, fragmentos interminables de mi persona son esparcidos por el plano espacial: 180 grados de luz, todo lo demás es nada; 4 paredes, fuera de ellas, nada. Cada paso es más vació, cada paso... más a la nada. Donde estoy no hay punto, nada escrito. ¿Soy? ¿Son? Cada paso más dudas, cada paso más sufrimiento. Abandonado por mi mismo, desértico y desolado atajo a la felicidad y al sentido.

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