12/25/2008

Incesante (24 de junio 2008)

El caminar, mover los pies uno tras de otro para concebir movimiento. Esta acción, madre simbólica de toda acción trae consigo una carga misteriosa, inquilina de la oscuridad que hay siempre detrás de los ojos. Camino por este pasillo que transmuta con toda experiencia: a veces es frío, otras está ardiendo; algunas florido y otras desierto. Siempre me hallo ahí, caminando sin saber hacia donde voy. Siempre será un pasadizo, nunca me lo negaré. Puede parecer una escalera o un campo, sí, pero ahí esta, omnipresente misterio de la acción, ese vacío que abraza mi corazón y lo retuerce y comprime como dando un mensaje que por certeza sé que nunca va a llegar ser escuchado. El ser que entiende nunca entenderá aquello que no esta destinado a entenderse. Aquel misterio resbaladizo, partido en mil pedazos esparcidos por la eternidad. Es el mundo ermitaño de la búsqueda, un mundo indiferente, eterno y lleno de vacíos y hechos inconclusos. No puedo renunciar a la búsqueda, no puedo mirar hacia atrás, no puedo dejar de moverme. Estoy atrapado en cadenas con los ojos apuntando a la ventana de la infinidad y con los oídos escuchando el llanto de los paralizados a mis lados y las risas de los libres a mis espaldas. Estoy encadenado por una cadena sin candados, una cadena que me apresa pero me promete toda la existencia, me promete el cesar del sufrimiento, el eterno goce de lo absoluto. Pero, por cada paso que doy en el pasillo de lo infinito, más lejos me siento de la verdad, me siento perdido en la nada, la insignificancia de la existencia, el vacío inmortal. Me indigna el hecho de tener que volver y en el camino darme cuenta de que todo lo que he hecho, toda la búsqueda, ha sido en vano. Entonces, seguiré moviendo mis piernas, paso por paso, recordando con nostalgia los árboles gigantes del jardín de la infancia cuyos frutos son certezas y sus raíces la ignorancia.

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