9/01/2011

Dónde

Accidente


Con un Dónde empiezo, claro, un lugar siempre será el principio. Desde ahí gira todo, se entorpece, cae y se vuelve a parar. Y así, como he dicho, parto con un Dónde.
Qué será ese dónde, quizás un lugar o más aún, un tiempo. Sería cuándo, pero ¿No es un lugar otro cuando tiempo ya ha pasado?
Cambios, cambian, todo se transforma con el tiempo. Quién… ¡eso! Quizás es un Quién. Ese lugar puede ser alguien, pero dónde, cuándo…
¿Se puede empezar con algo sin descartar un principio más acertado? O podría ser un Por qué. Tal Por qué cambia por Quién, Cuándo, Dónde y sólo Dios sabe qué más; así detalles me hablan, olvidados en escena. Claro, he ahí lo importante.

Una calle, parte de una ciudad de no más de 50 mil personas. Arrinconada y olvidada por todos menos unos cuantos, pero ¿Cuántos, quiénes? Era una fecha única, un tiempo que se volvería irrelevante en números, ya que su contexto no cambia, la historia pasa a un plano no valorable. Qué ese mundo, qué de ese dónde, porque un extraño mira de reojo y se confunde. Una calle olvidada, que dobla hacia sí misma, una calle donde pasa todo y nada pasa, parte del mundo y un mundo en sí misma.
Ese extraño mira, sólo por curiosidad, la simple calle que captó su atención de manera casual. ¿Qué lo provocó? Una simple mirada ¿Realmente necesita inspiración? Pues sólo él lo sabía, pero el momento había pasado, se había olvidado.
Empieza a recordar, algo. Es lejano, impreciso y borroso; aún en sombras. Sabía que era algo y se preguntaba ¿es realmente importante saber con exactitud qué es? Pero no se respondió, fue sólo una fugaz emoción que recorrió su cuerpo engañado. Sí, sucedía algo más importante: supo que estaba en un rincón donde todo era posible, tal como un sueño, este lugar olvidado sería su nuevo hogar, el hogar de sus pensamientos. Giró la mirada, notando a la gente pasar, preguntándose de dónde venían, hacia dónde iban, hace cuánto tiempo caminaban, cuántos de ellos se conocían y así, interminables preguntas que no esperaban respuestas, pero claro, en él lo importante no eran ni esas preguntas ni las respuestas.
Sólo observó, llegó a la contemplación algo desconsolado. Estaba resentido con todos esos seres que no tenían casa, pero ¿tendría él un hogar? No sería significativo comentar sobre su familia, sus hijos o la casa que arrendaba a no más de cinco cuadras de ahí, porque, sí, ése ya no era su lugar, podría pensar si se diera cuenta qué estaba pasando.
La calle seguía ahí, pero ¿dónde? y más importante aún: ¿cuándo?
Han pasado unos días. La calle gozaba siendo nuevamente parte de un principio, un catalizador a todos los eventos futuros que llevarán a un hombre tejer de a poco un camino a ese pensamiento ¿Cuál? Nadie lo sabe, ni si quiera él, ni el árbol más grande del parque más cercano a su casa, ni el asfalto de la calle que desconoce a su mundo. Ese pensamiento será el final de la búsqueda, la eterna y tortuosa búsqueda.
Se podría decir que no buscaba, parecía saciado, sin embargo había algo en él que lo hacía distinto y le producía una mirada resentida al mirar un semáforo con peatones cruzando.

No era una calle sorprendente, o quizás no lo es y no lo será. No llamaba la atención por más que su despistada manera de permanecer inmóvil a la sombra de tres grandes edificios. El calor del día la esquivaba. Hacía especular acerca de su trato con el sol. No sabíamos si los rayos le producían rechazo, si ésta era alérgica. Tampoco algún hombre debería darse la confianza para decir que siempre los ha extrañado. Sólo se podría decir que hace mucho tiempo no imaginaba el sol, más que sombra no conocía.
Algún tiempo ha pasado, sin importar los números. Las calles no cuentan el tiempo, ni en segundos, años, ningún tipo de número y menos basado en los sucesos, no les gustan los sucesos. Las calles tampoco tienen un orgullo, pero cuando llegan a un lugar donde reina la impaciencia no pueden evitar contarse historias sobre sí mismas. Nuestra calle que quería ser su propio mundo, no era la excepción; se comprendía a sí misma más que ninguna otra calle. No era brillante, no era útil; solitaria y sin importarle ¿o le importa? Podría decir que sí, pero ¿Cuándo?, ¿Dónde? Y ¿Con quién?

Caminando erradamente hacia su casa estaba el hombre preocupado nada más que por llegar. En ese instante sintió un sonido. No lo reconoció y luego lo olvidó, trató de atraerlo al presente, pero parecía haberse escabullido por algún rincón de su mente al cual no llegaría a no ser que ¡Claro! Tenía que llegar a su hogar, lo había olvidado. Olvidó una cosa por otra.

El sonido seguía escondido y no había ninguna empresa en su búsqueda. Agitado, el sonido resonaba dentro de aquél hombre, aunque desdichadamente se escondía en el lugar más profundo de su mente, cerrado a mil cerrojos con llaves olvidadas, llaves doradas con forma de preguntas e incertidumbre.
El hombre no tenía el lujo a detenerse ante estas cosas. Una pérdida de tiempo, podría decir, pero no. Aunque no lo tuviera, cada día se hacía más pesado ese joyero cerrado por mil llaves.
Hubieron tiempos donde dormía día y noche ensimismado en un mundo que no se satisfacía con su propia forma. Sus ojos a veces abiertos no comprendiendo las formas de la habitación, sin poder siquiera ver una hora correcta. Dormía y dormía, abría los ojos y estaba el reloj revelando que había viajado en el tiempo. Su reloj mentía o quizás sus ojos, nadie sabe.
El hombre dormía y nadaba en un mar de recuerdos supuestamente olvidados. Extasiado el hombre dormido gritaba con asombro a tan maravillosa mente. Llena de rincones y cajones, repisas y árboles de navidad llenos de cosas previamente olvidadas. Claro, nunca se había olvidado, sólo dejó de buscar. Moraban por su mente grandes misterios de su infancia, deseos escondidos de su adolescencia, deudas consigo mismo que alguna vez lo torturaron y saciadas no produjeron ningún alivio.
El mar iba y venía, no tenía morada. El hombre recordaba y olvidaba, dormía y despertaba. Por momentos, al abrir los ojos, miraba el mundo como nunca lo había hecho, pero sólo eran unos momentos y él sabía que de nada servía estar en un mar lleno de tesoros si no podía compartirlos.

El árbol más grande del parque parecía pensar en él mismo con gran orgullo. Grande era el árbol, más que cualquier otro. Sabio era el árbol, más que cualquier otro. No sabía el árbol de otros que pensaran lo mismo, con tal orgullo. Pero era lo único que conocía, su parque, lleno de arbustos y unos cuantos árboles. En el centro del parque estaba, como rey de los seres, de aquellos que se mueven como también los que obedecían al viento.
El árbol sí contaba el tiempo, cada día, cada mes era diferente para el grande. Tan extenso era que notaba cada pequeño efecto sobre cada pequeña hoja, cada piedra impidiendo el paso a sus raíces. Si pensamos que se limitaba a cosas como las estaciones y el caer de sus hojas estaríamos equivocados. El árbol es antiguo y de ahí su orgullo. No recuerda qué se siente el pasar de las décadas como siglos. No hay eventos que los determinen o por lo menos ninguno que le concierne. Nada que marque, nada que indique qué tan veterano es; no hay cronología, tampoco generaciones ni reinados en su mundo. La única cosa que lo mantiene como inquilino en el tiempo es una inquebrantable energía que va creciendo con el tiempo. Mientras más viva un árbol, más grande es esa energía y el sí que recordaba esa energía, recordaba que la admiraba, pero no tanto como ahora.
Cuando el árbol era viejo para sentir orgullo por su energía interna y muy joven para no sentir asombro, él aún no podía dejar ir sus hojas tan fácilmente. Sus hojas eran él, sin ellas se sentía incompleto. Cada una era especial, por una tras otra sollozaba.
Ahora el árbol aunque no sabe qué significa y no se hace grandes preguntas, acepta el viaje de sus hojas. No las mira como hijos, sino parte de sí mismo. Antes tan preciadas y ahora aún más. Árbol vivía cómodo en medio de su parque, nunca se ha quejado y si lo cambian de lugar ése lo sería.
Árbol entendía al viento, era ya lo suficientemente antiguo para entenderlo. El caer de sus hojas era intención del viento, él lo debía permitir y encontrar felicidad en que volará parte de él a lugares más allá de los confines de su cuidado.

El gran árbol entendía al viento y al sol, la calle sólo se conocía a sí misma y su gran vacío. No se sentía sola, ni vacía, para la calle ésta era un mundo perfecto e infinito. Sólo unos días, sólo unas noches cuando la calle que extrañaba su forma se encontraba con el viento.

En una noche sin estrellas y sin luna, una solitaria hoja se paseaba por la ciudad. Fue un largo camino. Para las hojas estas extensiones son inaprehensibles. Las hojas más altas entendían tanto como el árbol, pero ésta extrañaba al sol, descansaba a los pies del árbol aún siendo nutrida colgada en ramas, pero sin sol ¿Cuál era su propósito? El atardecer le hacía sentir bien, era la única hora donde podía ver el sol. No mucho podía absorber de tan lejos.

El viento como su voluntad la encaminó hacia su nuevo hogar, donde ninguna otra hoja jamás había pasado ni caído. Tal como era su destino, entre la sombra de tres edificios se encontraba incómoda la hoja en el cemento. En un instante supo que nunca más vería al sol, que nunca más vería a otro árbol u otra hoja. Estaba sola, más que nunca. Siempre se había sentido algo sola, sin propósito, pero ahora es distinto, cara a cara se enfrentó con el más grande sentimiento de frío y soledad. Ni el viento vendrá por ella ni un animal. Un pájaro quizás “¿Para qué le interesaría a un pájaro una hoja?” pensó. “Ah! Claro, seré parte de un nido”.
Sólo eran consuelos y la hoja lo sabía. Pasará tiempo antes de que eso ocurra y ya no servirá, estará degradada en la acera, delgada, pero no lo suficiente para que se la lleve el viento.

Las hojas son conscientes de su mortalidad. Es más, piensan que es su deber último. Al gran árbol se le concede su propia inmortalidad al liberar su mortalidad a través de sus hojas. No tenía gran problema con eso, menos cuando su futuro tan poco prometía.

EL hombre no quiso despertar hoy tampoco. Aunque no tuviera sueño no se levantaría de su cama. Quería algo, pero no sabía qué. Quizás al saberlo ya no lo necesite, ya no lo quiera. El valor estaba en la inquietud que se transformó lentamente en una parálisis. Sin ningún orgullo reposaba en su cama sin saber exactamente qué es lo que estaba pasando. No estaba cansado, su vida no era peor que el ser humano corriente, aún así algo estaba mal.
Él sabía que quería ese mar de tesoros escondidos en su mente, pero ¿Por qué?
Se imaginaba muchas cosas, pensaba que posiblemente era para entregar todo ese conocimiento a personas que lo necesitaran, pensaba que lo haría una persona mejor. Pensaba también que encontraría algún pedazo dentro de su mente que le asombraría como nada nunca lo ha hecho antes. No, sólo podía especular, sabía que nada de eso era real. Entonces por horas y horas miraba a su habitación esperando entrar en sueños, horas y horas esperando que la respuesta venga hacia él.

El sonido encerrado por mil llaves se había rendido. Miraba hacia su alrededor pensando agotado qué sería ese lugar y qué lo había ocupado anteriormente. Sabía que era un lugar especial, lo sentía en el fondo. Entonces durmió, dejando de resonar.
Despertó el hombre exasperado y trastornado. Sus ropas mojadas y su corazón en la boca. ¿Qué había pasado? Era como si algo hubiera dejado de sonar dentro de él, describió a mera intuición. Algo dejó de existir y sus pies desearon salir de cama, vestirse y vagar por la ciudad.
De mañana a noche deambuló por su ciudad como tratando de demostrar algo. A toda esa gente que observaba con tirria les tenía un mensaje, pero no sabía cuál. Sentía una obligación a dejarse mover, a obedecer a sus pies o acaso ¿al viento?

A la calle no le importan los sucesos, ni el hombre que la miró con ojos inciertos, ni la hoja solitaria que yacía sobre ella. Que no le interesaran no quiere decir que no halla estado un poco aburrida para poner atención.
Las calles sienten mucho, aún más que lo árboles y mucho más que los humanos. No obedecen a nada, pero ¿son libres? La calle sabía lo que era libertad, ya que sus pensamientos eran como mariposas revoloteando libremente por el mundo sin importar fronteras. La calle sabía lo importante de esto, pero nunca se preguntó si quizás podía cambiar su forma, conocer al sol, entender al viento. La llegada de la hoja cambió todo esto. Se acordó del hombre de ojos curiosos y empezó a sentir intranquilidad. Tenía que encajar las piezas porque la sabia calle sabía que algo estaba pasando y tenía que ver con la hoja y el hombre de ojos inciertos.



La caja de las mil llaves estaba vacía, ningún sonido dentro, nada que proteger.
Ya era tarde, sin importar los números. El hombre seguía caminando, observando y nada parecía hablarle. En un instante se dio cuenta de algo, pero no lo podía apuntar, nunca podía apuntar ni palpar. Se odiaba por perderlo todo, perder todo lo valioso en el mar de lo absurdo o el silencio, la nada.
La caja de las mil llaves estaba abierta y un nuevo sonido entraba, pero era sólo el sonido del viento y las hojas. La tapa cerró y las mil llaves una por una empezaron a bailar en su ritual de protección. Algo salió mal, las llaves habían hecho su trabajo y mejor que en décadas. En estos días estaban contentas de lo valioso que eran los sonidos a olvidar. Todas sentían gran preocupación, era como si el primer sonido desconocido que fue olvidado hubiera tomado forma y se hubiera expandido por todo el hombre.
El hombre permaneció quieto y sin parpadear, si hubiera querido hablar… no, no sería posible. Algo ¡sí! Por fin lo ha descifrado, lo que ha buscado todo este tiempo.
El hombre recordó su mirada de dudosa curiosidad impulsada por una razón que había olvidado en aquel instante. Se imaginó algo lejano y borroso, como una tormenta llena de nubes pero sin forma concreta y venía hacia él.
La calle, ahí había dejado sus pensamientos. Soñaba y soñó con todos los tesoros de su mente que tanto abrazaba. Pero eran solo eso, recuerdos y tan sólo uno de ellos era el importante, sí, el sonido que olvidó, era una llamada.
Corrió y corrió queriendo cada vez más los pensamientos que había dejado en aquel lugar. En este momento era lo más preciado en su vida, nada tenía comparación.
Estaba cerca, dobló la esquina y no estaba ahí, la calle había desaparecido.

Hombre


Su mujer sólo una ilusión, hijos ya simple niños. Casa ¿qué fue de aquella? Despojado de hogar, vagabundo sin sus pensamientos. Como hoja a través del viento, como viento moviendo las hojas. Sí, se sentía así. Por qué, pensaba. Y sólo contemplaba. Alguna vez se sentó a la sombra del gran árbol, pero hoy compartía la calidez, viviendo ambos la asombrosa realidad del sol.

Él aún no comprendía el viento, menos los sentimientos de árbol tan viejo. Las hojas volando sin paradero imaginable, ahí tomando existencia, otorgando apacible contemplación; tal sólo por todo, no mera hojas volando, ya que el viento son las hojas y el movimiento es él mismo.

El hombre descansaba sin lugar, sin quién, sin cuándo. Quizás para alguien que paseara por el parque su retrato podría estar lleno de estas cosas, pero para él no, estaba solo, él y sus amigos indiferentes.

Mezcla no lo era, todavía no borracho. Todo aquello que se le ha quitado y ahora regalado ha sido no más que una ironía. Pero él reía, el gozaba.

Había dejado su hogar, a su mujer y a sus hijos. Algo más importante se le había robado y él no, por su puesto que no se conformaba con esa vida llena de dicha, amor y consuelo. Siempre quiso algo más y lo había encontrado. Ese misterio, ese porqué. En su mente, aunque no lo sabía, contenía los secretos de las hojas y el viento. Su fascinación fue incrementando y día tras día se sentaba a los pies del gran árbol.

Mirando hacia el horizonte se dio cuenta de algo ¡no! Es exactamente lo contrario: no se dio cuenta o se dio cuenta de nada. Sus pensamientos pararon, su contemplación acabó al cerrar sus ojos y no prestar atención a sus oídos. El tacto le era extraño, como mirar una imagen a distancia. Gradualmente sus sentidos lo abandonaban hacia un coma de un inimaginable vacío.

Abrió los ojos sorprendido, como si hubiera visto un fantasma. No lograba palparlo, ni una chispa de lo recién vivido. Cambió algo y no sabía qué, todo parecía diferente. Su mirada se paseaba de lado a otro, impulsado en expectación. Buscaba algo, en cosa tras cosa, persona tras persona; miraba cada árbol, cada hierba, cada expresión; a veces su manos; se palpaba su cara. Buscaba algo y no lo encontraba. Descorazonado camina en círculos, empieza a recordar, algo. Es lejano, impreciso y borroso; aún en sombras. Pero era un engaño. Los recuerdos impostores pintaban una capa de estafas arriba de una cosa que no fue vista ni oída, olfateada ni degustada. Más, no fue pensada ni sentida, era algo más allá de todo carnaval de inquietudes, más allá que toda respuesta finalmente ilusoria.

Miraba y miraba, no observaba, buscando algo en los movimientos y en las formas, en la luz y el sonido. Cerró sus ojos y éstos convulsionaban, no dejaban el vaivén de indagación. No quiso abrirlos, trató de no escuchar la muchedumbre, los gritos y risas, concentrándose en nada más que su mente, pero ¿ahí estaba? Y mejor ¿ahí estaba qué? Quizás no buscaba nada o buscaba la nada. Trató de ensimismarse hacia una inmersión profunda, excluyendo todo estimulo. Sólo uno fue la excepción: El sonido de las hojas y el viento.

Viajó a través del tiempo ya vagamente calculable exigiéndose la desaparición de lo único que retenía de la existencia. Quizás era el vacío lo que anhelaba, quizás un descanso, quizás por vez primera experimentar la tortuosa realidad con una mente inmersa en la negación de la importancia, tal como un psicópata, pero aún cortando leña, aún sonriendo, aún con objetivos y metas; bailando y gozando, gritando y con lujo de melancolía, placer, fastidio, desaliento… todo aquello que un dios mira con recelo .

Tan solo resonaban las hojas y el viento. El hombre se abstrajo, dejó ese pensamiento flotar junto al viento, despidiéndose de él y dejándolo al cuidado del amigo que no pudo olvidar.

En sopor con sus ojos vencidos entraba en sueños. Su imaginación desembarcaba hacia un reino desconocido, un reino donde había sólo frío y viento sonando contra su cuerpo. En él se desconocía, porque sin el viento no tenía forma y sin el frío ya no sentía. Eso era, en ese instante lo supo, abrió los ojos y vio, por primera vez en su vida vio. Sus ojos ya no eran los mismos, ya no giraban y daban vueltas, ya no buscaban, no examinaban.

El hombre miraba sus manos, por vez primera sin observar, simplemente fijaba su mirada en ellas. Dudaba de sus manos, dudaba de sus pensamientos, temía que nada tendría forma por el resto de su vida, pero ¿tenía todo que tener forma?

Volará a través de una nube sin forma y sin textura.

Eran sus manos, las demás cosas pasaron a segundo plano. Sus manos, esas que extrañaba, fijada la mirada, fijada en miedo, en sorpresa y una leve expectación. Y así sucedió, pudo ver difusamente el pasto tras sus manos, a través de ellas. No se asombró, ya que comprendía, vislumbraba lo que venía. Así sus manos huían lentamente ¿Dónde? Nadie lo sabe ¿Por qué? Quizás él lo sepa ¿Con quién? Quizás solo, quizás acompañado, en fin, irrelevante. ¿Cuándo?

Ahí que sólo hay nada y no hay quién, nunca ni porqué.

Quién


No puedo partir por un donde, describiendo el lugar, mostrando edificios y puentes dando contexto espacial. Tampoco podría dar un contexto histórico, ya que el Cuándo no tiene dónde y el Porqué es vacío. Escribo dese el papel y soy las letras, éstas se curvan solas, se proyectan hacia un plano para mi irrelevante.

Creerás que he desaparecido, porque no hay dónde ¿dónde estoy? No, tampoco estoy dentro de un Cuándo y ni tengo un porqué. Qué sentido tienen estas letras en escribirse a si mismas si no hay Dónde, Cuándo, ni Porqué. Las letras dirían que existe el quién y eso son las letras y tal lector dudoso que necesita el porqué para gastar un cuándo.

Perdí muchas cosas y recuerdo mucho. Mis manos se evaporaron frente a mis ojos y éstos al dejar de explorar se fijaron en la oscuridad.

Las letras somos un gran misterio, son limitadas y completas; el mensaje no tiene propósito. Pero aquí, claro, no hay un porqué, sólo un quién. Somos las letras y tú. Quizás ahora seas las letras, quizás ahora no tienes porqué, ni lugar ni tiempo. Al leer sólo miras, pero no entiendes. Y gran mente obsesiona con preguntas, interrogantes que duelen como espina. Quizás éstas nos muevan, las espinas, el dolor de la incertidumbre. Corrí y caminé, lloré y reí, detesté y admiré. Y todo ¿para qué? El camino sería la respuesta, pero no estoy seguro.

Me encuentro y me pierdo, no soy sino las letras y al escribirlas las leo y me identifico, sin ellas soy nadie y nadie es el que forja al que define como herrero.

Siento que hay un error, no pertenezco a esta dimensión, soy letras como un sin dónde, un sin cuándo ni un sin porqué. Todo se me ha sido arrebatado menos una simple cosa y es el quién.

Quiénes, quién, ¿será parte de un cálculo? Recuerdo mis manos y las risas que olvidaba, el viento que soplaba, los niños que lloraban, el tacto de mi cara y las incontables expresiones que me parecían absurdas por el mero pensamiento de ser inservibles en mi búsqueda, si es así como la llamaba.

Recuerdo esa calle, recuerdo que al verla, por fin sentí cómo se me estremecía mi mente, la perturbación del no saber más que mirar y sentir, de querer un por qué, de determinar por un cuándo, de exigir la compañía como para probar algo. No, recuerdo esas cosas y siguen ahí, pero estrictamente manifestaciones de alguien que ha desaparecido.

El reloj esta detenido con infinitas manillas apuntando a todos lados. Pierde el sentido, pierde el Porqué. No estoy en todos lados, simplemente en ninguno, no existo, sólo existen mis palabras, pero yo no las expreso, ellas se escriben solas.

Me pregunto si seguiré en la falda del árbol mirando mis manos, si el viento sopla y mueve mis cabellos. Me pregunto por la calle que se robó mis pensamientos y el sonido del viento y las hojas.


Lo inconcebible es que cada pensamiento debería ocupar un tiempo, cada uno tendría que tener un principio y un final mesurable. Pero el reloj de infinitas manillas permanece inmóvil como mis pensamientos. Todo es inmóvil menos estas letras, todo lo que pienso ya lo pensé y lo pensé nunca. Desaparecí, pero no dejé de existir. Todo pasó y pasará y esta pasando en un tiempo que no existe, ya todo se manifestó, ya todo empezó y terminó; mis dudas y respuestas, mis inquietudes escondidas y los deseos de mi vida terrenal. Ha pasado todo, todo esta pasando y todo pasará.


Las palabras en las que encarno son el final de mi viaje. Las palabras tienen cuándo, tienen quién, tienen cómo y porqué, no obstante todo sería en efecto al ser leídas, porque las letras fueron escritas por la nada y el siempre, el nunca; por el quién sea, el que fue, será, es y el escapado. Sin caminos, con infinitos, con cara, sin e incontables.

El Despertar



A los pies del gran árbol despierta ese hombre supuestamente evaporado. Desconcertado trata de recordar qué estaba haciendo ahí. Se levantó y a pequeños y errantes pasos aprendió a caminar. Las palabras le eludían; se hablaba y no salían consonantes. Miraba y todo era blanco. Pero ahí estaba, parado, errando alrededor del gran árbol. El hombre sabía que estaba ahí, tenía un vago recuerdo. No sabía cómo había llegado, pero sentía algo especial, algo único de ese lugar. Sus pensamientos eran fugaces, con esfuerzo les podía dar forma. Más que pensamientos eran emociones, sentimientos que le hacían recordar cosas extremadamente borrosas en su memoria. En un momento recordó por fin sus manos, que poco a poco fueron desapareciendo. Desconfió en su memoria, desconfiaba de todo en ese momento. Se sentía débil y temía de todo, hasta de sí mismo. No sabía quién era ni dónde estaba ¡no! Sí lo sabía, sí, alrededor de ese árbol en medio del parque. Dónde es casa, se preguntaba. ¿Casa? Desconoció esa palabra ¿Hogar?

EL hombre se sentó a los pies del árbol, rendido. Sus lagrimas brotaban por su rostro sin expresión. Le faltaba todo, pero todo trataba de venir hacia él. El volver a ser humano lo aprisionó en una jaula de tortura.

Él quería salir, pero no sabía de dónde ni hacia dónde. No sabía quién era, pero al mismo tiempo lo sabía exactamente. Cosas fueron perdidas, pero el despertar le otorgó algunas y eran suficientes para dejar al pobre hombre buscar otro hogar que no fuera su viejo amigo el árbol.

Ya no necesitaba el árbol, ya le había enseñado mucho. El viento y las hojas terminaron su lección y ahora era tiempo de seguir adelante.


Recordó a su mujer, su hogar y a sus hijos. Recordó el amor y la alegría. Todo esto parecía frívolo, insignificante. Su mente se encontraba armando un puzle interminable. Todo aquello aprendido había sido olvidado, todo aquello olvidado forzaba la entrada a sus pensamientos.


El hombre caminaba por la ciudad encontrando respuestas, simples respuestas. Encajando su mente recordó esa calle que alguna vez, en tiempos lejanos, le había hecho girar la mirada. Recordó el resentimiento, recordó esa aversión que le tenía a todos los personajes de su absurda realidad.

Las preguntas, sí, las preguntas. Eso era lo importante. Tantas preguntas sin esperar respuestas, tantas preguntas esperando florecer en la conciencia. Eso alguna vez fue y ahora no encuentra nada más que vacío, nada más que una completa inapetencia frente a todo.


Caminó y caminó hasta llegar donde alguna vez estuvo esa calle. Como esperaba, la calle no estaba y en su lugar había tierra y gusanos, carbón y basura. Sin esperar, entró con desgana a ese lugar repugnante que había dejado la calle ladrona y traicionera. Hurgando entre los escombros se le asomó un recuerdo: la apacible contemplación. El hombre no encontró más que repugnancia. Un eterno desprecio a su existencia; su mundo no más que escombros esparcidos por hombres cansados de volar. Mientras él se asqueaba, otros miraban basurales con asombro. Pero él sabía, ahora lo invadía la certeza y veía a tal hombre como el mismo basural que miraba con admiración.

Basura

Parado sobre mierda ahora reía. Luchaba contra las lágrimas. No se limitaría a llorar por la ironía de éste llanto encubierto. Reía y reía porque por fin pertenecía a un lugar que lo identificaba. “Basura! Sí, mierda y gusanos, papeles y desechos de hombres menores” gritaba.

Más remedio no tenía. Tendido en su nuevo hogar gozaba la falta del viento, la falta del maldito árbol mentiroso que lo había llevado a un mundo cruel que nadie debería haber visto. Ese hombre que miraba el basural con asombro era él. Calle volando, sin antojarse a volver. Tal lugar era del hombre, su lugar sin reproches.

A la sombra de tres edificios pensaba en el sol y lo que alguna vez significó. Melancolía no sentía, no soledad y pareciera que ya no tuviera desprecio por si mismo. Cansado durmió. Soñó con una voz que le gritaba, pero él no entendía. El hombre gritaba de vuelta, diciendo “¡No logro entenderte, tu voz es muy fuerte!” La voz enfurecida hizo caer un rayo acompañado por una tormenta de hojas afiladas que cortaron en pedazos al soñador.

Sentado en una banca, una señora de unos setenta años se acercó, le miró a los ojos y le preguntó la hora. El hombre corrió la mirada y con aversión le dijo que era hora de pensar qué estaba haciendo preocupada con la hora, si el tiempo transcurría y nada cambiaba. La anciana desconcertada, creyendo conocer los pensamientos del hombre, respondió algo sobre la curiosidad y la sincronización de eventos. Luego el hombre enfurecido gritó como nunca “¡Descansa, vieja, que las horas pasan y el tiempo sigue siendo el mismo. Tu sangre flota por un cuerpo que es basura, un cuerpo que admiras por la supuesta utilidad, y, y sólo son despojos de llantos, muerte no evidente. Suerte de tu mundo con relojes que te guíen, pero no tienes uno ¿cierto? No lo tienes y haces que un extraño se rija por tu tiempo. Déjame el mío, anciana, que ése estoy dispuesto a escuchar, porque tengo algunas cosas que decirle!”.

No pudo y negó lo que acababa de decir. La anciana hace rato había partido sin ningún aparente cambio de expresión. Posiblemente la dejó pensando, pero claro, para nuestro hombre eso sería en vano. Todo sería un juego, una burla, una perdida de tiempo.

Escuchó las hojas y el viento, resentido no escuchó la calma que le dedicaban. El viento lo había abandonado, el árbol tan sólo era un árbol y las hojas vuelan al igual que él camina: Sin propósito ni sentido.

No podía seguir de ese modo. Suplicaba un cambio, porque el tiempo ya no era su aliado; le tenía escasa envidia a los seres inmersos en las horas y los minutos, los días y los años. Pensaba de él décadas vagando por una ciudad sin encanto, pensaba de sí mismo en el tiempo como un solo tipo de basura. Y el odiaba lo inmóvil, siempre ha odiado lo inmóvil.

Al no tener nada que perder se embarcó en un viaje. Saldría de la ciudad para reconciliarse con lo que pudiera, haciendo su vida algo más serena.

El Viento

Décadas pasaron y el hombre ya anciano padecía de la misma enfermedad, de la misma indiferencia. Le extrañaban sus manos y eludía todo con un simple pensamiento. Sólo cambia algo pequeño. Su inquietud con tal molestia que arriesgó testificar un nuevo hogar. Buscaba y anhelaba lo olvidado, su curiosidad había despertado. Pasando años cambió, caminaba día a día a lo alto de la montaña a escuchar al viento. Su orgullo y rencor habían nublado su mente y ahora el hombre tan sólo un poco más sabio sabía que no importaba quién sea, el universo no lo nota y el viaje es personal. Ver y escuchar no excluían su identidad e invocó al viento una vez más.

Él no escuchaba al viento, pero el viento lo escuchaba a él. En lo más alto de la montaña el viejo hombre pensaba en todo lo que le habían quitado, todo aquello que había sido prohibido a través de su camino. Sabía quién era, sabía dónde estaba y sentía el porqué más allá de lo que alguna vez imaginó posible. Estaba solo, pero el viento lo guiaba, él buscaba su compañía y en un sentido la tenía. Un viejo amigo que ahora no entendía, así el hombre forzado a la redención y las justificaciones alardeadas sin más que orgullo, sabiendo, sí, entendiendo su nulidad.

Pasaron los días, los meses y nuestro hombre seguía su tradición, sin ninguna variación. Sentado en una roca, sintiendo el viento en su cara, cerró los ojos y calló en estupor hacía un tranquilo entumecimiento. Sus oídos despertaron; sentía el viento sobre la piel. Se dio cuenta de algo y unió sus sentidos. Algo era diferente: el viento oído ahora era el mismo que el sentido. Abrió los ojos ¡Claro! Hasta ahora el viento se dividía. Oír el viento despertando las hojas, sentir el viento haciendo del cuerpo una forma y olfatear la travesía del mismo. Por vez primera en mucho tiempo entendió al viento. Algo más allá de todo sentido, cuando se torna una idea verificada se manifiesta tal como es.

El sentimiento era extraordinario, inconcebible. Sus manos alzadas en lo más alto de la montaña tratando de comunicar su regocijo majestuoso a su antiguo amigo. Sonreía y saltaba, inhalaba y exhalaba como nunca antes lo había hecho. De tanto entusiasmo corrió colina abajo celebrando junto al viento. Completo sentía su ser, grande y libre, por fin libre, o eso pensaba. El viento tenía mucho que decir y lo comunicó con gran cariño. Un hijo, un compañero; el viento lo tomó como de su sangre .Corrió y corrió sin mirar sus pies. Claro, los había olvidado, la tierra, su balance, su lugar en el mundo. No le preocupó, las nubes eran suyas y con eso se satisfacía. El movimiento de la escaza vegetación era una gran comunión y no hablo sólo del viento. Pensaba él sobre el viento como una manifestación de algo más allá de lo comprensible por simple pensamiento, por simple percepción. Más que eso era comunión. Vegetal que obedece, el viento sabio y completo. Buscó y entendió, pero no fue suficiente; llegó el momento donde sólo lo limitaban sus orígenes. Si tuviera alas, no, si fuera… no, algo no sabía aún, pero confiaba en su camino.

Con su mente flotando en el viento tropezó y cayó, descendiendo metros, destrozando hueso por hueso. El hombre yacía inmóvil, pero consciente, con ojos bien abiertos sin ninguna gota de sufrimiento, sin temor, sin haber perdido el entusiasmo o la iluminación; no, no era perecedera, estaba en él tal como sus huesos rotos. No sentía su cuerpo, como si nunca hubiera existido. Lo perdió, olvidó su cuerpo y quiso sonreír, pero no pudo. En su mente abrazó la muerte y entró en el último sueño:

“Desencadénate, querido amigo. Tu mundo gira en torno a tu cuerpo, a tu mirada y oídos. Así tus sentido engañan y te atormentan, tus caminos errados y desolación afirmada. Se ha acabado, no más ira ni melancolía; así sereno será tu camino, perplejidad muerta, inquietud sólo curiosidad. Tu deseo es mover cosas y desencadenar sin preguntarte. Tu miedo es que tu voluntad se manifieste en tu contra. Si vienes conmigo serás lo que harás, movimiento y destino. Calma es lo que quieres y he aquí la respuesta, viejo amigo. Estas en la sala de un camino infinito. Amigo mío, eres bienvenido a ser el viento y hacer con otros lo que nunca pude contigo”

Reencarnación

Sentía su cuerpo, su piel, las hojas reposar en sus hombros y cabellera tras un largo paseo por las calles de su ciudad. Su paseo no tuvo ninguna intención, tan sólo se limitaba a caminar y pensar en las cosas del porvenir que tanto lo obsesionaban. El personaje en la terraza de su departamento contemplaba lo oscuro de la noche y lo enérgico de la ciudad; ciudad de luces y automóviles sin ninguna voluntad que meditar. Yacía en la terraza mirando la ciudad y pensando en su breve encuentro, entre calles, con su amigo de la infancia. No había nombres, claro, porque esos nombres no tienen valor alguno. Repasaba y reflexionaba el desliz de sus pensamientos, envueltos en la casualidad del evento sin más remedio que actuar por automatismo. Claro, él odiaba el automatismo, la irreflexión lo torturaba.
Las cosas que dijo, un simple hola y en cómo ha estado. Quizá un “Qué ha sido de tu vida”. Preguntas parte del patrón cotidiano. Tampoco le producía simpatía, el procedimiento por el cual se pasa, sin saber por qué, antes y después de cualquier tipo de plática.
El hombre no rogaba un cambio en la dinámica social de las cosas, como las simples conversaciones, rituales sin sentido. No, estaba sumiso a su existencia, porque tal era su mundo y nada podía hacer para cambiarlo.
Gran hombre descansaba en la terraza con ojos de tristeza. No sabía el porqué, pero claramente estaba relacionado con su encuentro con tal amigo perdido en los siglos.
Los años, sí, pasaban rápido y amigos se extraviaban en él. Sus amigos, colegas, padres y hermanos, todas parecían huir en el tiempo.
A nadie tenía que hubiera perdurado desde que tiene recuerdo. Ni su padre, ni hermanos, madre, amigos de la infancia. Todo había sido extirpado por el tiempo, sin previo aviso, sin un porqué. Sólo en el mar la carabela se embarcaba hacia un lugar lejano, lejos tanto como el tiempo se pueda dilatar.
Extrañaba las ocurrencias que alguna vez marcaron su vida ahora vacía. Ésta eran su principal motor y su mayor tortura. Esas cosas, alguna vez pasadas, permanecían inmóviles en su mente, borrosas, pero presentes.
Esas cosas, sucesos, eventos, memorias del pasado lo atormentan. Pueden ser maravillas como pesadillas, pero cuando de tiempo se trata la memoria parece ser un animal voraz que carcome su mente desde las bases.
Algo había en el tiempo, algún mensaje que él no podía palpar. Parecía confundido en las luces de la gran metrópolis, observando, no más que mirando examinaba las luces y los árboles. Cierto, las iluminación de la ciudad era sorprendente, pero los árboles, por qué los árboles.
Había incertidumbre por todos lados. Se podía encontrar en los muebles, el viento o los cigarrillos que reposaban en el escritorio. No se podía escapar. El tiempo lo tenía aprisionado y días y días pasaban. Todo, finalmente, seguía siendo lo mismo. La misma ciudad, la misma terraza, la misma avenida envuelta en árboles caducifolios. Y él, sobre todo él, seguía siendo el mismo.
Su vida pasada pertenecía a otra persona, ya no se identificaba con ningún niño radiante, ningún adolescente apasionado. Ahora era él, el inmutable ser que no simpatiza con el tiempo.
Si no pasa en su mente, pasa en sus ojos y así podría observarse en su manera de andar. No vacilaba, pero había un aspecto de, no lo sé, quizás un disgusto, penoso o embarazoso.
Él caminaba aún sin destino. No, no importaba. El Camino, sí, el camino le hablaba, tenía un talento natural para hablar con las cosas. Les hablaba con su mirada, una mueca, un gesto, un guiño. Y aún seguía insatisfecho, insaciable hombre sin nada más que pensar y hablar, entender y a veces hacer lo necesario para sobrevivir.
No había sentido en su existencia, pensaba. Comía con desanimo y fumaba como si cada cigarrillo fuera una pequeña palabra en el desfile de su incertidumbre, desasosiego esparcido por su cuerpo viniendo como ácido desde su estómago. No siempre era así, a veces olvidaba. Veía sus manos, sus venas, sus dedos; los podía mover. Y olvidaba por un instante y luego pensaba en su cuerpo, su prisión en el tiempo. Que no perece, que no escapa, porque tarde fue para ser dueño de los sucesos, de darles la existencia y conciliar memoria con tiempo. Las cosas pasaban y nunca lo dejarán de hacer, desapareciendo cada una en un instante olvidadas por el tiempo en un mar de crueldad.
Sentía disgusto, irritado por la maldita impotencia. Qué podía hacer el hombre más que caminar y observar las luces y los árboles. Qué podía hacer nuestro hombre solitario en un departamento de sólo una pieza, un pequeño baño y un refrigerador vacío. No, nada podía hacer, a la merced estaba ante todo, era el esclavo perfecto, el esclavo y enemigo del tiempo.
Su repulsión hacia el tiempo no nació de un día para otro, sin mencionar que fue algo relativamente abrupto. Él valoraba la vida como ningún otro, era un ser radiante y superaba a cada uno de sus pares en todo tipo de contextos. Lo elogio bastante, porque es ahí donde radica el desencadenamiento. Era un ser positivo, sugestivo y le ponía, quizás, un poco de excesiva importancia a las cosas. Cada cosa, cada acto o persona eran todo un mundo y para él no tenían valor imaginable, sólo el que le otorgaba la inmortal visión del mundo como un regalo y cada cosa única en el sistema orgánico de la existencia.
Sin embargo, sabemos que es bastante fácil girar una moneda. Esto luego terminó en las más miserables sombras.
El proceso duró años, por cada experiencia aprendida se formó un entendimiento de las cosas, más allá de lo imaginable. Pero había cosas que lo eludían, que no querían ser halladas y nuestro hombre no tuvo más remedio que amputarles todo sentido.
Cuando las cosas encajan, cuando logras ver desde la altitud suficiente te das cuenta del mecanismo que funciona perfectamente reacción tras reacción. Y es en esa perfección donde se hundió el hombre. Veía todo como un organismo, una máquina maravillosa, pero ¿Qué movía la máquina?
No lo entendía todo, sólo lo esencial y lo que le tocaba vivir. Y ahí estaban esas dudas, esas pequeñas cosas que hacían nuestra ya maquinaria sin sentido algo imperfecto, algo que sólo se apoya en sí mismo.
Esas crueles problemáticas, esas cosas que eludían su razón. Más que entendimiento era una especie de comunión. Él hablaba con las rocas y las flores, hablaba con el viento y los rayos. Pero sólo era eso, mera comunicación con aparente sentido encajado en un mundo sin importancia.
Había cosas que eran inexplicables, que ninguna historia o excusa podrían llegar a darnos una pequeña luz al asunto. Derrumbaron su mundo a naufragar en la tierra del tiempo por tiempo, de ser por sólo ser.

Hombre dudoso parado en el parque, lugar de muchos recuerdos.
Día donde la luz se reflejaba en hermosas flores, donde se extendía una laguna en forma de luna creciente y los putos niños corriendo y gritando con helados del viejo local de hace mil millones de años. A pesar de toda esta supuesta belleza seguía sintiendo el ardor en su estómago. Parecía una ironía, ese hombre parado en el parque más alegre de la metrópolis, ahí estaba, excusado por sus pies y donde estos caminan.
Sólo sin saber qué hacer o saber que no había nada que hacer, se sentó.
Una hoja, era una hoja, simple hoja despojada e inservible. Los segundos pasaron, algo cambió en su mirada. Era una mirada que no había tenido en toda su vida, extraña para todo lo que él fue o lo que es. Un recuerdo sin imagen, sin tiempo, irrumpió en su mente.
“Una hoja” se dijo “Una simple y solitaria hoja”
Tal como llegó la hoja tuvo que partir. El viento hasta ahora ausente sopló con ímpetu quitando la misteriosa hoja de las manos del hombre solitario.
Quería más, quería indagar y persiguió la hoja con la mirada. Tratando de descifrar ese recuerdo sin tiempo ni imagen, sus ojos miraron desenfocados una figura sentada en una banca del parque. Aún con el recuerdo impregnado en su mente, el hombre enfocó su mirada y vio algo, sin importar qué. Dejó su mirada inmóvil, dejándola descansar y caer sobre la banca donde estaba su hoja y la mujer.
El viento sopló nuevamente y el hombre entendió. Había algo, fuera de lo común descansando en la banca, algo que en su vida significaría el suceso más importante hasta entonces.
El viento sopló una vez más empujando levemente al hombre por la espalda y haciendo viajar la hoja a los pies de la mujer,
Por ya obligación del destino el hombre ahora de pie partió con una sonrisa serena hacia la banca.
Al llegar, el hombre ve la hoja y de reojo nota a la mujer mirándolo con interés ¿Por qué miraba hacia sus pies? El hombre levanta la hoja, mira a la mujer por más tiempo que el necesario, como hablando con sus ojos. Luego decide hablar, con una voz tranquila:
“Disculpe, noté que se le ha caído su hoja”
Unos segundos pasaron. Con una sonrisa muy calmada y amable para un desconocido, la mujer responde “La hoja no me pertenece. No creo que tenga ya un dueño”.
El hombre ríe y le dice con entusiasmo: “No pude evitar pensar que la hoja y usted se pertenecían mutuamente”. La mujer responde desconcertada: “Podría preguntar por qué podríamos pertenecernos. O quizás también preguntar ¿Qué le hizo pensar que fuera yo la dueña de la hoja?”.
Sin ningún cordial permiso, ya que no estaban acostumbrados esos ritos, se sentó a lado de la mujer. Pasaron unos segundos, la mirada del hombre reposaba en el infinito, buscando una respuesta. Luego le dice a la mujer: “No sé qué es exactamente lo que liga la hoja con tan hermosa mujer. Era la misma hoja que sostuve no muy lejos de aquí en el parque embarcada luego por el viento hacia sus pies. De alguna manera pensé que era su hoja, que ambas se pertenecían. Por un momento, al sostener la hoja recordé algo, pero no puedo descubrir qué, como si el recuerdo viniera de una vida pasada.”
La mujer quedó perpleja. La complejidad de las palabras la dejaron en una breve y profunda pausa. No es que no entendiera, sólo que había mucho que pensar. Luego respondió: “Qué soy yo si la hoja causa tal estupefacción, recuerdo tan intenso de vida pasada. Qué es lo que me liga de esta manera tan coincidente a un recuerdo de una vida perdida, un mensaje escondido por el tiempo”
El hombre gastó una sonrisa que se prolongó por todo el resto de su conversación:
“Me he encontrado con un tiempo diferente, un tiempo que es mío y a la vez de un alguien que alguna vez fui. Tiempo… me has dejado pensando” borró su sonrisa y continuó “Su belleza no es objeto de mi, podría llamarla curiosidad u obsesión. En un mundo en blanco y negro sólo usted y esa hoja se muestran en colores. Pero de una forma sutil, no obvia, se esconde.”
No se sorprende y mira el libro que antes de que la hoja apareciera sostenía. Mira por algunos segundos este libro y desliza su mano por la banca, para decir “Ésta banca… también es de color en un mundo en blanco y negro. No vengo aquí con alguna intención excepcional. Sólo que a veces” suspira “a veces la necesito. No para pensar ni sentir el viento, no para leer ni descansar un tiempo. Quizás escape, pero no estoy segura. Mi hogar, quizás”.
La mujer sostiene el libro en sus manos, el viento sopla y deja pasar las hojas a una página, quizás sin importancia. Con tristeza coge la hoja, la acomoda entre las páginas del libro.. Dice: “Dentro de éste libro te otorgo mi hoja. Ya que nos pertenecemos mutuamente, quizás algún día la hoja y yo nos volvamos a encontrar.” La mujer acaricia la banca y continúa “Ojalá esta banca ya no te sea grisácea.” Hablando la mujer se pone de pié “Es importante para mí, tal como tu hoja, contiene un secreto”.

El hombre sentado en la banca observa la mujer partiendo hacia el camino más cercano ¿Por qué el camino y no el pasto? Se preguntaba. Miraba su silueta y la forma de caminar. Ésta forma emanaba una extraña singularidad. Sus pasos marcaban el pasto, imprimiendo su camino y dejando pisada por pisada un especial sentimiento mixto entre desamparo y plenitud. En ese instante no se sentía solo. Por ese breve instante estaba completo, tenía un camino, un enigma.
Cuándo me encontraré con ella, se preguntaba. Y más importante por qué. Quizás el recuerdo sin tiempo era una vaga ilusión, la desesperación de su mente por estar atrapado en un mundo sin sentido. Por qué la vería, por qué sostenía un libro de una mujer que conoció en el parque con la hoja de recuerdo sin tiempo ni lugar. Pero algo lo movía, había un instinto que no se podía extirpar, ni por largas noches reflexionando en lo absurdo de la vida.

Pasaron meses y todavía la hoja de recuerdo sin tiempo y sin imagen no se encontraba con la mujer de la banca. El hombre había perdido la mayor parte de sus esperanzas. La tortura lo tenía en un punto crítico de su vida. En esos meses paseando por las calles y a veces parques, tomando un café o fumando un cigarrillo en su terraza, sentía su presencia. A veces cuando el viento soplaba la sentía cerca, su olor a reloj sin batería. A calma, serenidad traviesa. Sin prisa, sin urgencia, nada urge, no, no existen urgencias, que rico olor, sin final. A veces confundía mujeres de cabello rojo por la espalda, dejando nada más que vacío. Las caras, también las caras, las expresiones, la forma de caminar. Todo esto era excepcional, pero a veces veía rasgos de estas cosas en mujeres pasajeras, de la calle o las mesas de un local.

En un día donde el viento soplaba con furia se dirigió al parque con una mirada que intrigaba.
En la banca, como esperaba, no estaba la mujer, pero ese no era el punto. Llevaba la hoja consigo y en medio de la ventisca la dejó libre, pensando que así, alguna vez, se encontrará con su par.
Ese día era algo especial, le parecía enigmático y lleno de energía. El viento, sí, el viento le hablaba y le decía cosas que en ningún otra día se atrevía a decir. Por vez primera el viento se le dirigió como hermano y después como hijo. Dentro de su conversación el viento dijo algo que dejó al hombre estupefacto: “El sentido está en ti mismo, no lo busques en las rocas o el viento, en una hoja o en una mujer. Quizás estas cosas proyectan una parte de ti que está escondida, una parte que ahora quiere ser encontrada. El mundo no encaja, lo sé porque en cierta manera es parte de mi naturaleza. Así que tu tortura no es hacia el mundo, es hacia ti mismo. Piensa en eso y el próximo domingo ven a visitarme aquí mismo y te mostraré algo, por ahora una sorpresa.”

Pasaron los días y el hombre no tenía mucho que pensar. El mensaje del viento era simple y de mente brillante en segundos ya había exprimido cada detalle y había recorrido cada asociación con la rapidez de un solo pensamiento. Esperaba con ansias el domingo, algo se le mostrará, una sorpresa. Generalmente no le gustaban las sorpresas, pero a esta altura de su vida era lo que más anhelaba.

La reconoció en un instante, la mujer que largamente ha esperado. Lucía diferente. No era su vestuario ni su forma de sentarse; había algo en su esencia, no, era… no lo sé.
Se acerco a la banca y se sentó casualmente a su lado. “¿Has encontrado tu hoja? Preguntó el hombre. La mujer responde “Pensaba encontrarla en tus manos”. “Se la he dejado al viento. Pensé que él tendría más suerte en entregártela” Paró de hablar por un breve momento y continuó “No te esperaba en esta banca, esperaba una sorpresa que el viento me había prometido”
La mujer con una sonrisa sugestiva dijo con seguridad: “Pues aquí está tu sorpresa, la tienes a tu lado”.
El hombre con el ceño fruncido pensó, luego cambió a una expresión neutral y giró la cabeza y preguntó “¿Puedo mirarte por un instante en silencio?”. “Claro” respondió.
Al mirarla veía algo evidentemente distinto, ya no era la misma, pero ¿por qué? No lo sabía. Luego pensó en lo que dijo el viento y acertó, rió a carcajadas con un entusiasmo casi burlesco. “¡Ahora entiendo!” gritó “Tu belleza ya no está nublada por el recuerdo sin tiempo ni imagen. Claro, ahora veo quién eres y es sorprendente. El viento me ha enseñado no la belleza que esperaría, sino tu belleza real”.
La mujer no dijo nada, simplemente miraba a la laguna con una leve sonrisa, se quedó así por unos minutos y luego dijo: “sí, la hoja te pertenecía a ti y ahora mi belleza es tuya, no dejes que nadie ni nada te la quite. Guárdala, querido amigo. Pero no olvides, tu recuerdo sin imagen, lugar ni tiempo todavía guarda un secreto y debes averiguarlo. Te lo aseguro, créeme, confía en mí. Se podría pensar que soy la persona más adecuada para decirte esto”
El hombre acomodó ambas manos en su cara, pensando qué había ocurrido recién. Se refregó el rostro y miro donde antes estaba la mujer, pero había desaparecido.

Tendido en la sombra de un gran árbol pensaba en lo que la mujer le había dicho. Claro, pensaba, desde un principio sabía mucho, más de lo natural. Algo había de sobrenatural en esa mujer. Quizás también hablaba con el viento. Y ese mensaje ¡no! Había mucho que pensar, pero no lograba reflexionar con calma, estaba trastornado con lo ocurrido. Le pegaba al suelo con sus puños, gritando y agarrándose la cabeza, agitándola. Pensaba en el recuerdo, el sin imagen y sin tiempo.
De pronto una voz inesperada aparece: “Querido primo, haber recordado eso no era tu destino, pero aún así se asomó, quizás inevitablemente.” El hombre no se sorprendió, sólo se calmó y se dejo caer laxo y tranquilo en el pasto. El hombre preguntó: “¿Estoy a tu sombra, cierto?” El árbol continuó: “Fuiste lo que el viento no pudo ser. Alguna vez un hombre que se convirtió en lo que más entendía. El viento no pudo ser lo que quería y se volvió carne. Aquí estas, sabiendo que alguna vez fuiste el viento”
El hombre recordó, lo recordó todo y vio cosas que nunca había vivido, ocurrencias de otras personas o animales, cosas; árboles y matorrales. También vio al tiempo, lo entendió, por fin se reconcilió y se dejó caer en un largo sueño a la sombra del árbol.


El Ser

El poder que sentía nadie se lo podía quitar. EL infinito estaba en sus manos, agarrándolo como si fuera parte de él y él lo fuera. Caminaba lentamente, como si el tiempo fuera mera obligación impuesta por los seres diferentes. Pero él, sí, él no se sentía superior. No, al contrario, se sentía un ser engañado bajo lo único que no anhelaba en la vida. Y esto, eso, era el conocimiento de las cosas más allá de toda comprensión humana. Entonces ¿era humano? No se podría responder.
El ser caminaba, poniéndose simples tareas, ya que su vida ahora, llena de conocimientos estaba más vacía que nunca. No sufría, al contrario, estaba lleno de dicha, pero como nuestro ser, su naturaleza no radica en el conocimiento. Las acciones, los acaecimientos, llenaban su vida.
Su reconciliación con el tiempo llevó al ser a un entendimiento más allá del futuro, presente y pasado. No, todo estaba entrelazado, todo unido y los sucesos, éstos definían el tiempo tal como lo hace un reloj o una persona sufriendo. Tanto era, que el ser se limitaba a hacer cosas pequeñas, como comprar cigarrillos y eventualmente visitar en el parque a la mujer para cortas pláticas sobre cosas pequeñas. Se despedían con facilidad, ambos parte de la misma realidad.
El nunca lo supo, el destino y la voluntad del viento los había juntado y ahora compartían una realidad inimaginable.

Un día sin sol, nublado y con ganas de llover, el ser partió hacia el parque. Sabía, antes que en ese momento el viento iba a decir palabras sabias, soplar como lo hacía en sus momentos de más iluminación.
El ser se acercó a la mujer y dijo con una sonrisa ambigua “Sabes, el viento hoy me promete”. La mujer quedó en silencio como solía suceder y luego dijo “El viento promete sólo a los que saben escucharlo”.
El ser, desconcertado responde inmediatamente: “¿Dices que no sé escuchar al viento?”. La mujer ríe y dice: “Ahora no lo sabes, sólo escuchas y hablas, hablas y escuchas, pero realmente sólo son palabrerías. Escucharlo, querido amigo, vas más allá de cualquier palabra o gesto; escucharlo está en serlo por un momento, ser el viento por un instante”. El hombre confundido responde con desconcierto: “Pero yo he sido el viento y lo entiendo, yo sé lo que es serlo y no necesito experimentarlo nuevamente”. La mujer lo mira fijamente y le pregunta: “¿Qué te hace pensar que no necesitas serlo nuevamente?”. Él siguiendo la mirada fija de la mujer dice: “Algo me lo dice, quizás mera intuición”. La mujer mira hacia sus pies, los mueve juguetonamente y dice con una voz más suave: “Quizás estés en lo correcto, quizás tu camino funcionaría, pero yo entiendo al viento porque logro serlo y quizás tú por haberlo sido, logres realmente escucharlo”.
Esperando el viento ambos disfrutaban el silencio.

Sentado en su terraza fumando un cigarrillo el ser se preguntaba ciertas cosas que todavía no podía entender. Pero éstas finalmente eran irrelevantes, sólo sencillas formas de pasar el tiempo.
Cierra los ojos y siente todo a su alrededor y su interior, se enfoca en cada una de las cosas. Todo se vuelve uno, un simple estímulo. Después de unos quince minutos logra la comunión completa y se conecta con el tiempo. Todavía no lo entiende, todavía hay cosas pendientes. Así que habló:
“Sólo que me llames irrumpe el propósito. No hay nada que hablar, nada que decir porque ya todo está dicho y en su momento yo te guiaré hacia mis aposentos” dice el tiempo. El hombre no logra entenderlo y dice “Lo siento, tanto a pasado…” antes de terminar interrumpe el tiempo: “¿Tiempo dices, qué es eso para mí, qué es para lo que es? Pequeño ser, así nunca lograras tu objetivo.”
El hombre rompe la comunión y desaparece en el aire, se vuelve el viento y luego reaparece en el parque. Era una noche sin estrellas, como le gustaban al ser. Quiso ahora, un tanto desilusionado con su “charla” con el tiempo, que quería entenderlo desde su más preciado amigo. El viento no apareció. El ser se convirtió en viento nuevamente, trató de hablarle pero fue inútil. El viento no se encontraba, aunque fuera él el viento no se encontraba a sí mismo, no se podía responder las preguntas ni llamarse a sí mismo.

“Por qué tan impaciente” dice una voz. “¿Quién habla?” pregunta el ser. “Eso no importa, lo que importa es tu paciencia, te has vuelto un ser muy intranquilo. Tus nervios te quitan tu camino, te lo extirpan con tal fuerza que…” la voz calla y luego continúa: “Estás buscando en los lugares equivocados, primero. Segundo, estas buscando de una manera equivocada. Tercero, el tiempo nos gobierna a todos y no deberías tratar de serlo, sólo encamínate en sus aposentos”. El ser piensa y dice: “Sé que soy impaciente, soy insaciable. Estoy tranquilo pero anhelo más, anhelo ser…” Interrumpe nuevamente la voz “¿Dios?”. El hombre continúa: “no, no un dios, quiero ser…” La voz, dice con voz delicada “¿No lo sabes, cierto? He ahí tu problema, querido amigo y aquella es tu búsqueda. Pero amigo, no seas ansioso, no aspires a más de lo que puedes. Ahora, me toca partir, lo dicho esta dicho”. El hombre, triste y con lágrimas en los ojos pregunta: “¿Podría saber quién eres?” La voz responde: “Sí, podrías, pero ahora no, no estoy permitido, adiós”.

Caminando por la ciudad sin ningún paradero, dobla una esquina por sólo curiosidad. Al final de ella ve una sombra, se acerca entrometido hacia una nube negra que paseaba por ese callejón alumbrado sólo por los faros de la calle. A medida que el ser se iba acercando la nube hacía lo mismo, hasta que juntos pararon a unos dos metros. El ser la miró fijamente, tratando de hacer comunión, pero era algo fuera de todo lo que había visto. Las rocas, hojas y árboles, incluso el mismo tiempo; pero esto, no, destacaba ante cualquier cosa antes vista.
Estupefacto el hombre pregunta “¿Qué eres? Nunca antes te había visto”. No tenía voz, sólo un sutil desliz mental que comunicaba tal como el viento. “ah, nunca, interesante” dice la sombra “creo que sí nos hemos visto antes. En ese entonces tenía otra forma”. El ser pensaba y nada le hacía sentido, pregunta “¿Qué forma, cuándo?”. La sombra dice “Esa es tu pregunta y tu respuesta, que nadie te la quite”. La sombra desaparece con un destello de luz y el ser queda solo, sintiéndose abandonado y triste, lo invadía el desconsuelo.

Qué es lo que quiero ser, se preguntaba. En qué me convertiré y por qué, se decía. No podía sacarse de la cabeza aquella voz desconocida y las cosas que le había dicho. Hacia dónde voy, qué hago de mí, qué más hay, cuál es el final de todo esto. Cosas así invadían su cabeza, preguntas sin respuesta. Pensando acostado en su sillón nuevo se hundió en un profundo sueño. En él vio una sombra más oscura que la sombra de sus ojos. Se acercaba y él sentía miedo. Ese miedo, él lo conocía, de alguna forma lo conocía, pero no como miedo, como algo más; tal era que le produjo curiosidad. La figura acercándose y el soñante expectante dice: “Figura negra de un pasado de antes forma que no recuerdo ¿qué haces aquí en mis sueños? La figura negra se expande y extiende algo parecido a un brazo. Dice “Toma mi mano y sabrás. La sombra que soy y ésta forma vaporosa”. El soñador toma la mano y una tormenta de recuerdos lo invaden, de vidas anteriores, de pensamientos del pasado. Imágenes e imágenes, destellos y sonidos, voces. Todo invadía al soñador, hasta que se calmó, logró ver quién era la sombra y ella se despidió diciendo: “Creo que eso es todo por hoy, más que eso no puedo dar. Ahora entiendes y sabes que seguiré ahí, acompañándote aunque me niegues, distante amigo.”

Claro, era esa sombra, la impureza de su vida anterior, antes de darse cuenta de su existencia como viento y todo lo que vio. Ahí estaba el secreto, lo que quería ser, lo entendió. La sombra era lo que faltaba, su sentido de infinidad lo tenía atontado en un círculo infinito de despropósito. Y ahí estaba la sombra, al lado suyo aunque no lo supiera, estaba adentro y más oscura que la oscuridad de sus ojos cerrados. Cayó en sueños una vez más.

“¿Qué piensas de la luna?” Le preguntó a la mujer. “Muy lejana, distante, está fuera de mi alcance” responde. “Y ¿Si pudieras escucharla?”. “Pues eso puedo, no dice muchas cosas, pero nunca le he dirigido ninguna palabra” Dice la mujer. “Se me escapa, la distancia me tortura, no puedo escucharla”. “No creas que está tan lejos, la luz nos invade y nos habla y esa luz nos toca en este momento ¿No la sientes? Trata de hablar con la luz”. EL hombre suspiró, no sintió nada. “La luz, qué… espera” El ser siente algo, algo pequeño, como susurro. “He escuchado el susurro” Dice el ser. “No esperaba menos de ti, pero es sólo un murmullo, tienes que ver sus palabras, no escucharlas”. El ser mira hacia la luna y ésta se transforma lentamente de creciente a llena y de llena a menguante. Ante sus ojos la luna le hablaba y la luz invadía sus ojos. Luego escucha “No soy yo, yo no soy, no soy quién”. “¿Te diste cuenta?” dijo la mujer retóricamente. El silencio invadió la banca, la pequeña briza les hacía compañía. Las estrellas ahora presentes inquietaban al ser, le hacían pensar lo pequeño que era, lo poco que entendía, aún para su estado actual.
Por vez primera el hombre se fumó un cigarrillo en la banca “¿Fumas?” preguntó la mujer. “Ya no sé por qué fumo, antes tenía su gracia, tenía poder frente a mi incertidumbre” respondió. “Y ¿crees que ahora no calma tus ansias?”. “Quizás, estoy buscando algo” dice mirando hacia el suelo. “No son las estrellas ni la luna, ni el tiempo ni el espíritu.”. “¿Qué buscas?” preguntó. “Busco mi sombra y lo que quiero ser”

Pasó una semana hasta el próximo encuentro con la sombra. Ésta vez se le apareció en medio del mercado, como si nadie más la pudiera ver; claro, nadie más, evidentemente nadie más.
Sin hacer nada la sombra se acercó rápidamente y lo envolvió. En las sombras más oscuras de su vida se vio aparecer un una montaña donde yacía una hoja sobre un calle destruida. No era un lugar para una calle, no era lugar para una hoja, pero… había algo más que lo extraño de la ocurrencia. Parecía un sueño, pero era muy real y pronto recordó, sus pensamientos, los que cambió por el sonido de las hojas y el viento y se vio a él mismo parado en la calle, pero con otras ropas y otro rostro. De alguna forma sabía que era él y se acercó. Con un gesto, el hombre en la calle hizo al ser detenerse y dice “No hay forma en que me encuentres, me he extraviado, ni siquiera estoy aquí. Esta calle y esa hoja nos han abandonado y por buena razón. Me desertaste aquí, te parezco extraño, pero no soy lo que crees, no soy quien buscas.”
El hombre despierta sudando en su cama, respirando agitadamente. ¿Habrá sido todo un sueño? Se preguntaba. ¿Por qué la sombra le había mostrado la calle de aquella vida pasada, esa calle que había desaparecido? Qué razón, qué razón.
Como una sorpresa la sombra se asoma por la puerta de su habitación, casi con forma humana. Y le dice: “Creo que te he mostrado lo que estoy por hacer. Recuerdas tu vida, pero no eres tu vida. Son simples recuerdos y quiero que los vuelvas a vivir como si fueran tuyos. ¿Estás listo?”. “Sí” responde el ser. “Volverás a ser las sombras y la luz, todo será un caos y pasarán días antes de que vuelvas a recomponerte ¿Estás seguro?”. El ser afirma con la cabeza y se inicia el proceso.

Pasaron días y recién el hombre supo lo que eran los pies. Pasaron otros dos días y se acordó del pensamiento. Semanas hasta que el hombre estaba completo y no era distinto a como partió, no lucía distinto, pero había algo en su mirada, una mezcla de emociones nunca antes vista en un ser humano. Le costaba caminar, se le hacía extraño, porque tantas formas habían de caminar, había recorrido por todas.

En el parque escondido tras la sombra de un gran árbol se tendió el hombre para reflexionar, pero no había nada, nada en su cabeza, sólo un vaivén de pensamientos que se repetían y volvían donde empezaron. “No siento tu corazón” Dice el árbol. “Siento mucho y siento poco, nada y todo” dice el hombre con un rostro sin expresión. “pasará, querido primo, pasará y te ayudaré”. “Quizás esto es lo que quería ser” dice el hombre con desesperanza. “No, es el inicio de un largo camino y estamos juntos nosotros y el viento”. El viento sopla fuerte por tan sólo un segundo riéndose. “Ya no sé a qué va esa risa” le dice al árbol. “Te preocupas mucho. La paciencia es un camino virtuoso. Y te lo dice un árbol, tenlo en cuenta.”

“¿Cómo me ves?” le pregunta a la mujer. “No sabría decirlo, no te puedo ver” responde. “¿Eso es, no? Yo tampoco me puedo ver, sólo hay una acumulación de cosas irrelevantes que me tienen exhausto”. “¿Eso? No, no es sólo eso. Tu cara expresa muchas cosas, tantas como una vida entera de expresiones. Tu cuerpo camina como mil personas lo hacen, pero al mismo tiempo” dice la mujer seriamente. “Y ¿qué debo hacer?”. “Lo que quiera… o hablar con el tiempo” responde. “Pero eso, eso no… ¿Por qué ahora?”

Se siente uno con todas las cosas, su ritual hacia el tiempo empieza. Después de unos minutos una voz interrumpe: “interesante”. No era la misma voz te antes, no era la voz del tiempo. “¿Quién eres?” dice el hombre. “Quién…” reflexiona y luego reconoce “¿Soy lo que esperabas, no?”. “Esperaba al tiempo, tú no eres el tiempo. Conozco la voz del tiempo” dice el hombre con un asomo de enojo. “Lo que escucharte antes era TU tiempo. Tiempos somos muchos, tiempos somos todos, tiempo es solo uno, pero varios ¿Qué esperas de mi?”. “Espero el cesar del sufrimiento” dice con vacilación. “He preguntado qué quieres de mí, no de ti”. El hombre pregunta: “¿Sabes lo que me ha pasado, todo el proceso?”. “Lo veo en ti, hay algo diferente. Te has fusionado con… no, no lo puede ser”. “mi sombra” dice el hombre de forma certera. “no, ese no es su nombre y no es tuya. Es un ser peligroso, nunca te acercas a él, aunque… ahora eres un hombre mucho más interesante. Querido amigo, no puedo ayudarte si eso es lo que buscas, el tiempo somos una cosa delicada. Si un ser nos toca se pierde por siempre”

“El tiempo me ha dicho que si un ser, cualquiera, lo toca se perderá por siempre ¿Qué piensas de eso?” le dice a la mujer, tocándose él la nariz. “No lo sé. Quizás te perderás por la infinidad”. “No sé qué hacer, necesito corregir esto, algo definitivamente está mal en mí”. “¿No te interesa perderte en el tiempo?” Pregunta la mujer ahora rascándose la rodilla.
“Quiero que me digas qué era esa sombra” le dice con ímpetu al Tiempo. “Se le llama decadencia, un ser que hará que todo hombre que lo toque marchite y se descomponga”. “¿Tengo remedio?” pregunta el hombre sin esperanzas. “Sí, pero yo no te lo puedo otorgar”. “¿entonces quién?” pregunta ya con lágrimas. “Contigo mismo, querido amigo. Tú puedes ayudarte”.

El tiempo pasaba y el hombre rendido, lleno de tristeza no encontraba ninguna respuesta a su sufrimiento, a quién era y a quién anhelaba a ser. Pasó mucho tiempo, meses, hasta que nuestro hombre encontró una forma, simple, para poder liberarse de esa carga. Pero no era suficiente, era por tan solo un momento, el quería algo definitivo. Perdido en la fusión con su pasado, su mente tendía a estar confusa, sus pensamientos se le escapaban; no lograba agarrarlos ni mantenerlos por mucho tiempo.

“Hasta entonces sólo nos hemos visto en esta banca ¿no crees que es tiempo de ir a otro lugar?” el hombre le pregunta con algo de desesperación. “No se me ocurre cuál” responde la mujer con desconcierto. “Quizás haya un lugar. No es exactamente un lugar. Te lo mostraré, agarra mi mano” dice con un tono de duda. “Somos muchos ¿sabes?”. El hombre extrañado duda “¿Más? ¿Qué más?”. “Primero debes acordarte de cómo me viste por primera vez, esa luz, es peculiaridad mía y de la hoja” pausa unos segundos, luego suspira y continúa: “Somos más de los que crees, seres como nosotros. Algunos hablan con simples cosas como una flor, algunos logran comunión con animales, otros con el viento y el tiempo; hay muchos. Yo soy antigua, más de lo que podrías imaginarte. Ya no recuerdo cuántos años han pasado. Debes tomar mi mano y te mostraré.”
Tomó su mano y esperó. Nada. ¿Qué había cambiado? No lo sabía. “¿Qué has hecho?” pregunta el hombre. “Vamos, caminemos por la ciudad”.
La ciudad no parecía nada diferente. La compañía de la mujer hacía el viaje algo especial. Recordaba sus viajes sin paradero por las calles asombrándose por los faroles y mirando las flores. Se acordaba del frío, del desamparo que sentía, cuando el tiempo lo torturaba. Pero ahora iban juntos, juntos de la mano paseando y no se le hacía natural la experiencia.
“¿Ves?” dice la mujer. “Aquél hombre ¿ves cómo se distingue?”. El hombre lo mira fijamente y ve, logra ver algo diferente, pero no lo podía palpar. ¿Qué es? No lo sabía.
“Siente mi mano, debes sentirla para ver”. Después de estas palabras el hombre vio una luz, un aura que rodeaba a ese vendedor de frutas supuestamente especial. No lo entendía todavía “Él es como nosotros ¿Lo conoces?” pregunta el hombre. “De alguna manera todos nos conocemos, el destino nos une, no te sorprendas si recuerdas que en tu vida hayan aparecido estas personas sin saberlo. Están caminando tal como nosotros en este plano mundano, disfrutando de su trascendencia ¿Por qué tú no? Es curioso”. El hombre suelta la mano de la mujer y cierra los puños, frunce el ceño, diciendo: “¡Porque me han engañado! Nunca supe nada, nunca sabré ¡Mierda, estos malditos pasajes de la vida. Me siento solo aún en tu compañía, solo en mi búsqueda! ¿Cuándo sentiré esa compañía, ese lugar, un hogar que sea mío?”
Todo se desvanece, el hombre se desmaya hacia un lugar blanco. El blanco era tan fuerte que le hacía sentir dolor de cabeza. ¿Dónde estoy? Se pregunta. “Quieres un hogar, quieres un sentido. Te lo daré”.
El hombre despierta y se estrella contra una carreta de manzanas. Éstas caen, el hombre no entendiendo dónde estaba, qué había pasado. Lo ayuda a recoger las manzanas, pero no entendía por qué el vendedor le sonreía. Acabó el proceso, el vendedor le dio las gracias, el hombre se disculpó y quedó pensando. No encontraba a la mujer por ninguna parte, pero no se alarmó.

En su habitación antes de dormir pensaba en la sonrisa del vendedor. La amistad más allá de los actos. Había volcado su carretilla, su trabajo y él sonreía. Y el aura, pensaba, era extraña, la había visto antes, antes que con aquella mujer de la banca, antes de la hoja. Tenía un vago recuerdo, algo difuso en su memoria. Quizás una vida pasada, quizás en la infancia.
Después de un breve ritual en la banca la mujer y el hombre se encaminaron hacia la ciudad. Esta vez se sentaron en una cafetería. “Trata” le dice la mujer “trata de ver más allá que la luz”. El hombre se calma, calma su mirada y olvida sus sentidos y ve, pequeñas auras que rodean a ciertas personas. “Todos ellos son como nosotros, imagínate en el mundo” planteó la mujer. Continúa: “Tienes que ver más profundo, un poco más y verás la verdad”. El hombre trata y entra en un estado de trance, sus ojos cerrados, sus sentidos abandonados. Sí, él veía, toda esa gente, toda, toda tenía ese aura.
“¿Lo has visto?” pregunta la mujer. “Somos ¿Todos?”. Ella sonríe. “No todos. Sólo algunos. Hubo en su tiempo tres razas principales. Los descendientes de la más influyente son los que ves aquí. Ellos tenían habilidades más allá de lo imaginable. En el tiempo la sangre se ha ido diluyendo y pocos de nosotros podemos llegar a ser tan poderosos como los antiguos” Continúa: “Algunos de razas independientes pueden alcanzar un grado parecido al nuestro, muchas culturas lo han demostrado”. El hombre sin palabras queda unos minutos pensando, luego dice: “Los con sangre diluida ¿tienen el potencial de nosotros?”. “No, están limitados a ciertas cosas, cosas simples” responde ella. “Desde la hoja, desde aquél encuentro he sabido de tu aura, pero, entonces es poderosa ¿Por qué no la puedo ver ahora?”. “La estoy escondiendo, como también mis juicios trascendentes” dice la mujer seriamente. “¿Por qué?” pregunta el hombre. “Para disfrutar este momento contigo. Soy antigua, muchas cosas en la mente, ¿sabes?”. Quedaron en pausa por unos minutos mirando hacia el horizonte tomados de la mano. Luego, se despidieron con un pequeño beso y un abrazo que duró una eternidad.

“La voz del inmortal te habla, has de escucharla” El hombre despierta aterrorizado. Continúa la voz: “De los primeros Exsetas te habla. Escucha esto: La mujer que frecuentas es un peligro, una impostora. Ella nació en este mundo para destruir a los Exsetas. Tú, como exseta, tienes que terminar con su vida”. El hombre enfurecido pregunta “¿Qué mierda son los exsetas? ¿Crees que mataría a la mujer que me ha sacado del pozo más grande de mi vida, la única mujer que he amado? No lo creo, esto es algún truco”. “Creíamos que tu respuesta vendría a ser la escuchada, hijo mío. Tendremos que hacer por cuenta propia.”
El hombre exaltado se transforma en el viento y se dirige donde está la mujer. “¡Los exsetas quieren matarte!” dice sin aliento. “Lo sé” dice calmadamente. Continúa: “Soy la mezcla pura entre las dos razas más importantes y los exsetas varios milenios nos han combatido, hasta ganar el poder sobre el mundo. Pocos de nosotros tenemos poderes exsetas, pero ahí vengo yo, la única inmortal”. El hombre con ojos fijos dice “¿Y el miedo, dónde está el miedo?”. “No lo hay, mi destino está escrito. Ya no soy una amenaza, la raza exseta esta expandida por todo el mundo por billones, es imposible para un ser como yo destruirlos y menos a los antiguos. No me matarán por sus propias manos, la mancha es un sacrilegio para ellos. Tienen un pacto. Alguien cercano me matará, alguien que conozca, como tú”. “¡No te mataré!” dice el hombre. “Lo sé”.

Cómo protegerla, cómo impedirlo, se preguntaba. Perturbado en su cama sabía que debería estar al lado de ella, abrazándola y cuidándola, pero ¿Qué podría él hacer para defenderla? El peligro está entre confusiones, nadie sabe qué pasará. La voz, con medidas propias matarán a la mujer. ¡Qué pensamientos! No pudo dormir en toda la noche.
En la mañana, cuando ya estaba cansado de preocuparse decidió hablar con el tiempo.
“¿Qué es lo que deseas, hombre?” dice el tiempo con una voz seca y prepotente. “Deseo eliminar a los exsetas.” Sin vacilación dice el hombre. “Ah, oh, eso es una gran hazaña. ¿En qué crees que puedo ayudarte?”. “Quiero perderme en el tiempo, quiero eliminarlos quitándoles su tiempo”. “y ¿qué cosa obtendría yo a cambio?” Dice el tiempo con voz burlesca. “Lo que quiera que pueda darte”. “Tomaré tus recuerdos, los haré míos y nunca te los devolveré ¿aceptas?”. “Toma mis recuerdos, pero antes debo eliminarlos a todos, luego obtendremos nuestra recompensa. Y una cosa más: déjame hablar con una mujer antes de perder mis recuerdos”. El tiempo no protesta. “Continuemos” dice el tiempo y ambos desaparecen.

“Ya estas a salvo, los antiguos han muerto. Di por ellos mis recuerdos, pero no te entregué a ti. Acércate, porque el amor que te tengo volverá a florecer con una simple mirada.”


Estrella


Extenso campo de pasto verde y pequeño, montañas a lo lejos. Nuestro hombre despierta mirando las estrellas ¡lleno de estrellas! No había luna, el cielo estrellado y el hombre preguntándose “¿Qué será lo que ilumina?” para luego extender su mano hacia el cielo y decir “Estrellas, conozco esa palabra”. Dónde se encuentran las estrellas, se preguntaba extendiendo la mano; no las podía palpar. Sentía un abrazo que lo empujaba hacia un acogedor suelo de pasto hecho a medida para un ser que ha perdido su memoria.
“Algo me abraza… se siente ¿qué será? ¿Por qué se molesta? Las estrellas, me han dado luz, conozco la luz. Me trae un sentimiento.” Asombrado por este nuevo mundo y por su casual conocimiento de las palabras se acerca, caminando como borracho hacia un pequeño riachuelo a sólo unos metros de distancia. “La fuerza del río. Qué moverá las aguas y con qué propósito.” Sumerge su mano derecha en el arroyo y siente el frío: “Sé esa palabra, sé de ese sentimiento” dice con curiosidad y asombro. “Nunca antes he experimentado el frío, pero sé, sé su nombre y sé cómo se siente”.
Las estrellas se reflejan en el calmo arroyo y nuestro hombre se confunde. “Las estrellas” piensa “están tan cerca, las puedo tocar”.
EL hombre regresa al pasto donde las estrellas no son palpables. Sus sentidos, se asombra. Rueda en el pasto con pasión. “¿Qué es esto? Mis sentidos ¡maravilloso!” Se alivia acostado mirando el cielo estrellado y ve una nube solitaria. “Movimiento” algo siente. “Las nubes. Sí, algo las mueve”.
Siente al viento, una pequeña brisa. ¿Será suficiente para mover una nube? Se pregunta. El viento sopla con más fuerza y luego la calma. Ráfagas eventuales, algunas suaves y otra como tifones. El viento le habla, pero había olvidado escucharlo. “Viento… conozco esa palabra. El viento me está bailando”.
Cerró los ojos y se dejó en sopor para sólo apreciar al viento. Lo sentía en la piel. Cada estímulo, cada sentimiento o pensamiento fue disipándose. Un susurro, una incitación del viento, cada sentido concentrado en el soplar del viento.
Una voz dice: “No hay límites”. El hombre extrañado mira a sus alrededores. Nadie. Pensante, olvidando al viento.
Contempla las estrellas una vez más, ni lejos ni cerca, sólo acompañándole. “Sin límites” se dice a sí mismo con curiosidad. Extiende una mano como si fuera a sujetar una estrella. En el cielo, la estrella desaparece, un espacio negro en el cielo. Mira su palma y ahí está, reluciente y emitiendo un sonido como el acariciar de una rosa. “No pertenezco aquí, no me concierne esta tierra ¡Déjame ir!” dice la pequeña luz en la mano del hombre.
“Déjala ir” dice una voz plácida y acogedora. “Las estrellas pertenecen al cielo, éstas nos cuidan y a veces giran de forma inesperada nuestro destino”. Una estrella fugaz se escapa de la mano del hombre.
Pasan horas y horas. Nuestro hombre extraviado mira las estrellas y se pregunta el propósito de algo tan hermoso, sintiendo al viento danzar.
“Un hombre debo ser, entre todas las demás clases pertenezco a ésta.” “Recuerdo” piensa con las palmas en el rostro. “El hombre. Soy humano, pero no he visto otro”. Ahora sentado se pregunta “Qué será de nuestra naturaleza”. Una voz extraña interrumpe, diciendo: “Sin límites”. Sin curiosidad por quién le habla pregunta: “¿Qué es de mí si no tengo límites? Recuerdo nombres, recuerdo las palabras, pero no recuerdo quién soy”. La voz repite: “Sin límites”.
El hombre sigue mirando las estrellas y se imagina entre ellas, viendo todo, reluciendo y lejos, o eso creía.
“Cuándo es la pregunta, no es dónde. Las estrellas descansan muy lejos y su luz, lo que ves, pequeño ser, es sólo una proyección del pasado. La luz demora en llegar a tus ojos y eso hace que las estrellas no existan, lo que ves ya murió. Se ve un destello de luz de hace siglos ¿Cómo se siente ser la inexistencia transformada en luz? Si la estrella es inexistencia o existencia de la inexistencia, entonces la luz es sólo un disfraz”
“Y el pequeño destello que hice desaparecer del cielo, ¿cómo es que nos visitó desapareciendo si ya es inexistente? Sólo un disfraz no desaparecería del cielo”
“Pequeño ser, eso es una pregunta que hace un tiempo atrás te podrías responder. Como te dije: Cuándo es la pregunta. No has tratado con la estrella, has tratado con el tiempo”
Satisfecho el ser se tumbó en el suelo, imaginándose nuevamente entre las estrellas. Cierra los ojos y las estrellas lo acompañan por unos segundos, luego desaparecen, pero queda una, una estrella muy especial. No era distinta a las demás, no era más brillante ni más blanca o azulada. Simplemente destacaba y se le hacía familiar, como si la hubiera visto antes.
Mira a la estrella y trata de hablarle, pero sólo estaba hablando consigo mismo. Tan serena la estrella que un simple mortal no le interesa.
Entre las horas que pasaban el hombre reconoció lo que era el sueño. Cansado se deja reposar en el prado hundiéndose en un sueño sin recuerdos más que un sólo día. Duerme, las horas pasan y el hombre pierde la oportunidad de ver al sol. Despierta y se estira, como un instinto animal. El sabía ciertas cosas, el tiempo le extirpó sólo algunas, sus recuerdos, pero muchas cosas seguían adentro. El poder, su persona, su percepción, su inteligencia serán la misma. El tiempo no sería capaz de quitarle eso.
“Querido amigo, te veo arrinconado. Déjame ayudarte” dice una voz. “¿Quién eres?” pregunta el hombre. “Soy el que te liberó de tu sufrimiento, el que te extirpó tus recuerdos a cambio de un favor. Amigo, soy el tiempo y las estrellas están tan cerca de mí como el piso de tus pies”
El tiempo extrañamente ya no tenía una voz poderosa, si no, más bien tenue, con una cierta gentileza.
“No he visto más que las estrellas, su reflejo en el agua, las montañas, mis manos y el pasto. Las estrellas destacan, algo me incita hacia ellas, pero ¿Por qué el tiempo está interesado en ellas y más, en este pequeño hombre sin recuerdos?” Dice con sinceridad.
“Tenemos historia” dice el tiempo “aunque no usaría esa palabra si no fuera porque eres un simple mortal” pausa y luego continúa: “Lo que quiero ofrecerte es tu destino, sin embargo, para que eso suceda, quiero que lo veas por ti mismo”. “¿Mi destino?” dice el hombre estupefacto. “¿Recuerdas la estrella que se diferenciaba del resto? Pues mírala y mírala con atención. Trata de escucharla”
Pasaron horas y el hombre se encontraba frustrado. Tratando de buscar la respuesta a la peculiaridad de la estrella ¡no! Ya era mucho, no tenía sentido para el hombre, no hay respuesta. Cuando el hombre decidió partir sin rumbo fuera de ese lugar una luz lo alumbró, sólo a él. Esta luz escondía todas las demás luces en el cielo y venía de aquella estrella especial. La estrella traía un mensaje y el hombre lo escuchó, entendió de lo que hablaba el tiempo y el viento, entendió todo, su destino. “La estrella soy yo”.

Ser estrella es algo especial, vagamente explicable con palabras. Los milenios pasan como días en un mar de serenidad plena, en un sentido de poder radiante. Nunca me imaginé que una estrella estuviera tan sola. En el cielo las veía bailando juntas.
Para ellos, soy sólo un reflejo de mi pasado. Mucho tiempo, mucho. En el universo primitivo donde se crearon las estrellas vine yo, me cree con grandes procesos gravitatorios empujando gases a formar una única masa que pasé a ser. Viví todo ese proceso, fue maravilloso.
Cuando era una joven estrella me preguntaba sobre los milenios, no, billones de años que pasarán hasta la formación de mi querida tierra. Quería observarla, cómo se iniciaba la vida y después ver, por fin, un humano como lo que alguna vez fui. Nunca antes había visto un humano, sólo las manos y los pies de un joven perdido.
Oh, ser estrella, es… inimaginable. Hay tanto aquí arriba que ustedes no entenderían la dicha por la cual estoy pasando. Un infinito éxtasis, una comunión genuina conmigo mismo.
La vida en la tierra nació escondida a mis percepciones, nunca supe cómo ni cuándo, pero en fin, se manifestó. Eones pasaron y grandes cambios sucedieron. Catástrofes y milagros, especies más allá de lo comprensible. Los Exsetas, esos me llamaron la atención. Una gran civilización basada en el principio de del espacio potencial genuino de comunión. Tanto era su afán por conseguir y expandir sus ideales que terminaron subyugando a otras civilizaciones paradójicamente. No se puede imponen comunión genuina y eso, eso lo entiende una estrella.
El destino de la tierra estaba escrito, ya que según lo que el tiempo me dijo después de liberarme surgí en el futuro. No quería interferir con los asuntos.
Raro que a una estrella le produzca curiosidad un planeta tan pequeño en un plano donde las estrellas y planetas son incontables, donde la vida se desarrolla de la nada en los ambientes más hostiles imaginables. Sin embargo, yo fui un humano y pertenecí a tal planeta, era mi destino observarlo y cuidarlo.
Los Excetas, gran raza. Poderosa como lo dice su nombre, porque de nombres sé. Si éstos dominaran la tierra la vida perecería y todo se transformaría en un campo de juego de seres inseguros e ingenuos. Poderosos podían ser, pero sólo algunos eran sabios.
En un tiempo crítico de sublevación hacia los Excetas tuve que intervenir. Cree, entre las dos civilizaciones los 4 reyes, que pasarían a ser los paladines. Éstos tenían poderes que excedían a la mayoría de los Exsetas.
Nunca concluyó en algo, ni con mi intervención. Los cuatro reyes murieron en batalla, excepto uno, la más poderosa.
La observé por milenios, sólo iluminaba a esta mujer. Mera creación de una estrella ella era importante, por algo que no se sabía explicar. Quizás por curiosidad, pero es algo, un misterio.
Las civilizaciones antiguas cayeron y surgieron pequeñas familias que se esparcieron en el mundo. Las guerras de las civilizaciones los cansaron a todos y no era raro el cruce genético entre éstas.
Ella, entre todos los seres humanos destaca y a pesar de los milenios sigo sintiendo mi humanidad.
Siendo estrella no se siente nada más que plenitud y no se anhela nada más que simplemente ser, pero esta simple humana destacaba por una razón desconocida. Miro la tierra con nostalgia producto, quizás, de una vida pasada. Sólo un momento tan breve como ser humano cambia su luz. Recuerda al viento y el agua. Tan sólo un instante y tan significante

Pienso en el tiempo. Ella es mera proyección del pasado de una mujer especial. Los años luz nos distancian y tendré que tratar nuevamente con el tiempo. Ella mira mi pasado tal como yo veo el de ella. Quizás, tan concentrado en ésta mujer especial que ya haya notado mi presencia. No estamos juntos en el tiempo, pero de alguna manera siento que nos pertenecemos uno al otro.
Simplemente ser, sólo sentir y contempla la existencia, ser presenciado a años luz por seres ya muertos. Mi disfraz, un pasado que no recuerdo de tanta dicha. Quizás, sólo quizás pueda platicar con el tiempo para que me lleve a lo observado, a eso que a mí me produce tanta curiosidad.
Quizás el tiempo… ya he viajado en él, es mi destino. Siempre estuve en el cielo y el tiempo lo sabía. Pero ¿Cómo escucharía el tiempo a una estrella interesada por un simple mortal? Quizás haya una forma, un método para volver a ser un humano.


Era un desierto, apocalíptico. Desiertos y edificios caídos como parte de un paisaje hermoso para alguien que odia la vida y la humanidad.
“Sé lo que quieres, viejo amigo y creo poder ayudarte. Estrella nunca dejarás de ser ya que es lo que eres y tal es tu destino. Querido amigo, podrás sujetar su mano una vez más. “


Tan distante, en otro tiempo. No sabía cómo presentarse; se había olvidado de su forma. La quería cerca, pero algo lo detenía. No era el tiempo ni la distancia, era algo más, algún secreto. Sentía que la conocía más allá del pasado con los Exsetas y sus guerras en vano, pero pensaba que lo que observaba era sólo una imagen, sólo una impresión imperfecta de la mujer.
Tenía miedo, mucho miedo. Tantos años, siglos, milenios siendo una estrella que había algo en su naturaleza que le quitaba su plenitud, lo inquietaba más de lo imaginable y su proyección… sería sólo eso, una simple imagen de una estrella enamorada e ignorada por los seres.
“Una vez más” repitió en su mente. Lo que le había dicho el tiempo. Lo dejó pensando. Quizás fue sólo un desliz, no, él había sujetado la mano de esa mujer antes, la mujer inmortal. Enfocado en la mujer, vio su vida entera detalladamente buscándose entre aquellos personajes con los que trataba, hasta que por fin vio, vio un hombre que se destacó. La estrella vio cómo sus auras pertenecían una a la otra.
La estrella oyó: “Ya estas a salvo, los antiguos han muerto. Di por ellos mis recuerdos, pero no te entregué a ti. Acércate, porque el amor que te tengo volverá a florecer con una simple mirada.”
La frase, escuchó la clave, lo que el tiempo quiso decir. Y luego entendió, sí, una simple mirada a lo lejos, lejos del tiempo y espacio, fue una simple mirada que hizo que el amor floreciera. Cómo se enamoraría de su creación. No, su aura fue la creación, ella, ella por sí misma era especial.
“¿Alguna vez una estrella se ha enamorado de ti?” le dice el hombre a la mujer al otro lado de la banca. La mujer no responde, sigue leyendo como si nadie estuviera ahí. “Aunque tu aura sea bastante poderosa, eres una mujer muy especial, me produces curiosidad”. La mujer lo mira y pregunta: “¿Quién eres?”. “Pues, yo soy tu estrella. Ya he olvidado mi forma, esto es sólo un disfraz”. La mujer mira al suelo, pensando, luego vuelve a fijar la mirada en los ojos de este hombre y le dice con calma inesperada: “No estoy aquí para estupideces, dime quién eres, qué sabes de mi y que mierda haces esta banca hablando de estrellas y auras”. “Tu banca, tan especial” pausa palpando la banca “Ya he perdido mi forma, otra persona soy, pero ¿crees tú que una estrella pueda enamorarse de una de los cuatro paladines? Un simple hombre perdido lo hizo, sus auras compartían un destino y jugaban bien juntas ¿No ves mi aura ahora?”. La mujer aterrorizada se para de la banca, asustada, no sabía qué decir. Se quedó inmóvil mientras la proyección de la estrella la miraba con una leve sonrisa. Luego, se calmó, volvió a sentarse y dijo: “¿Toda duda ha desaparecido, no?”. “Creo que todavía hay muchas dudas, pero esas no nos debería importar” dice la proyección. La mujer mira en dirección al hombre, pero su mirada esta extraviada en el infinito. Después de unos segundos mira al cielo y dice “Tu aura descansa en el cielo ¿Qué es exactamente lo que está a mi lado?”. “Una simple proyección imperfecta de lo que alguna vez fui. Quizás, otro día, apareceré como el hombre que recuerdas” le dice con tono de despedida. Antes que la mujer pudiera decir una palabra la proyección desaparece y en su lugar hay una hoja.

Otro día, sin números, la mujer se encontraba en el parque. A lo lejos divisa a un hombre, un hombre que se le hacía familiar. Sale corriendo hacia esta persona para comprobar y antes que le pudiera dirigir la palabra el hombre dice “Este disfraz es menos aterrorizante. Aún siendo mi antigua imagen, no me reconozco.” “¿Disfraz? ¿Qué es esto? Sólo ha pasado un año desde que nos despedimos y ahora me hablas de estrellas, proyecciones y disfraces” dice la mujer un tanto enojada, moviendo las manos frenéticamente al hablar. “Lo que es para ti un milenio para los demás es un siglo, lo que es para mí el principio hasta el presente del universo son casi unos meses” continúa: “Para un hombre que logró eliminar a los antiguos, perdiendo la memoria sería algo como un dios en potencial ¿no crees? En tanto me convertí en una estrella y presencié… bueno… tú sabes”. La mujer lo toma de la mano y el hombre da un pequeño espasmo. “Creo que las palabras sobran a estas alturas. Hay veces, que no hay nada más que decir aunque la cabeza esté repleta con palabras y frases” La mujer lo besa de una forma gentil, se aleja y luego el hombre se acerca y la besa apasionadamente. “Has vuelto” dice la mujer con una lagrima brotándole del ojo derecho. “En cierto sentido sí. Billones de años han pasado y aquí estoy, siendo mera proyección de una estrella enamorada de la mujer de la hoja. No es común ¿sabes? Que una estrella se enamore de una mortal, pero ¿mortal eres? Hasta ahora no se ha comprobado.”
El silencio los invadía como si fuera una cobija. Estaban conectados más allá de toda comunicación humanamente posible, era un espacio especial entre ellos y el silencio lo hablaba. Día y noche se encontraban para disfrutar el silencio y su presencia, como si ya lo supieran todo, donde todo ya está dicho, donde todo ha pasado. Olor a reloj sin batería. A calma, serenidad traviesa. Sin prisa, sin urgencia, nada urge, no, no existen urgencias, que rico olor, sin final. Se acariciaban, besaban, abrasaban; tomados de la mano paseando por la ciudad. Un hola era una sonrisa y una despedida una pequeña inclinación.