La mirada del águila
mi desconcentró de mi libro sobre las especies desconocidas en el fondo del mar
del reciente océano descubierto en la luna, pero, la luna era una gorda inmunda,
yo no tenía derecho a desearla, solo soñarla con la grandeza de un animal
volador. Me incliné hacia un señor presumido que pasaba lentamente por mi lado, creyendo que mi vida
estaba a su merced, pero yo no podía aceptar que ella supiera esa triste
verdad, así que me hacia el difícil, me hacía pasar por el poeta lleno de
angustia que no le importaba nada, nada de nada, ni menos que una copa de vino
barato tomada por un borracho errante y violador de pequeños niños. Veremos,
que en la historia de mi vida han habido eventos decisivos han formado mi
personalidad, por ejemplo, cuando mi tío me toco el potito. Él estaba en calzoncillos
y me dijo, vamos a comprar al almacén
unos helados conchetumadre, que merecen muerte como un tonto que pasa por la
calle y grita que se intentó acostar con su mujer. Pienso que debería estar
cerca de casa, ya que a las 8 am tengo que hacer un paper sobre “la identidad
del usuario maricón en las empresas estatales”. Cundo la profesora Silvana lo
vio se le paro la tula y atrás sonaba The Pólice, nuestros ojos se cruzaron y
mi corazón cada vez latía más y más y más, fuerte y rápido. No creía poder con
las responsabilidades sociales que se emprendían sobre una personalidad múltiple
que ejerce sobre sí misma una especie de revelación por cada cambio. No merezco
pena, no merezco llanto de ninguna persona más que de mi general Pinochet, él
es único que puede llorar a mi hombro, verme a los ojos y que todo se sienta
bien. Imagínate un mundo, donde desapareciera la angustia, donde las benzodiacepinas
no existieran, donde el clonazepan estuviera muerto, todo sería una pérdida de
tiempo, una perdida más en mi escándalo de vida. Creo que, volviendo a las
águilas, pienso que debería ver más presas, asechar personas en busca de sexo,
porque de él estoy falto y eso me hace ser muy honesto.